El cardenal Robert Sarah ha regresado a Córdoba, una de sus escalas fijas cada vez que viaja a nuestro país. Sin margen a la improvisación y con una lectura pausada en castellano en el Teatro Garnelo de Montilla. De esta manera el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos expuso su conferencia “La fuerza del silencio en la liturgia”, coincidiendo con la festividad de San Juan de Ávila, al que definió como “maestro de oración, porque estaba constantemente y oraba ante Dios”.
Durante toda la primera parte de la ponencia, reivindicó la profundidad y belleza del silencio, defendiendo que “el silencio sagrado es el lugar donde podemos encontrar a Dios”. De esta manera denunció los riesgos de una sociedad ruidosa, ante la que planteó la búsqueda del silencio como alternativa: “No basta con decretar momentos de silencio, sino que es una actitud del alma. No se trata de una pausa entre dos ritos. El silencio mismo es un rito”.
A partir de ahí, esta oda al silenció se tornó en un diagnóstico sobre la vida de la Iglesia, con un tono de cierta alarma: “A menudo las celebraciones son ruidosas, aburridas y agotadoras. Podemos decir que la liturgia está enferma y el síntoma más llamativo de esta enfermedad es la omnipresencia del micrófono. El micrófono es tan indispensable que uno se pregunta: ¿cómo ha sido posible celebrar los santos misterios antes de su llegada?”.
Tras advertir de los peligros de los micros, precisamente desde uno de ellos advirtió de que “la liturgia privada de su alma contemplativa no es más que una ocasión de divisiones, enfrentamientos ideológicos, de humillación pública de los débiles por parte de quienes pretenden mantener su autoridad en vez de ser el lugar de unidad y comunión en el Señor. ¿Por qué enfrentamos y descalificamos?”.
Reformas cuestionadas
Conocido por haber mostrado discrepancias con algunas de las vías abiertas por el Papa Francisco, desde este planteamiento de la precaria salud de la liturgia, no dudó en reivindicar que “lo que más necesita la Iglesia hoy no es una reforma administrativa, ni un cambio estructural, ni una logística o estrategia de comunicación o un programa suplementario. El programa existe y es el de siempre, el Evangelio y la Tradición Viva”.
También tuvo palabras para los sacerdotes que le escuchaba, a quienes les recomendó “aprender de nuevo lo que es el temor filial del amor de Dios” y “aprender de nuevo a temblar de estupor ante la santidad de Dios”. Fue más allá incluso al recordar que “el silencio nos enseña una gran regla de la vida espiritual: la familiaridad no favorece la intimidad, al contrario, tomar una cierta distancia es una buena condición para la comunión profunda y noble entre los seres humanos y con Dios”.
Sobre esta relación “familiar” con Dios, incidió posteriormente al apuntar que “bajo el pretexto de poder aproximarse más fácilmente a Dios, algunos han querido que en la liturgia todo sea inmediatamente inteligible, racional, horizontal, fraternal y humano. Actuando así se corre el peligro de reducir el misterio sagrado solo a buenos sentimientos”. No paró ahí su crítica: “Bajo el pretexto de pedagogía –añadió-, algunos presbíteros se permiten interminables comentarios insignificantes y puramente horizontales”.
El cardenal Sarah comentó en esta línea que “maltratar la liturgia, como hacemos a menudo hoy, equivale a alterar nuestra relación con Dios y la expresión de nuestra fe cristiana. Hoy día corremos el peligro de hacer daño tanto a la doctrina que alimenta nuestra fe como a la liturgia, que es la manifestación y la celebración de nuestra fe”.
De esta manera, el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, concluyó su intervención, no sin antes dejar caer que “si el demonio quiere oponernos los unos a los otros en el corazón mismo del sacramento de la unidad y comunión fraterna, es hora de que cesen los desprecios, la desconfianza o la sospecha. Es momento de encontrar un corazón católico, es decir, uno y universal”.
Junto a esta conferencia, Robert Sarah inauguró por la tarde el Foro Osio en la catedral Córdoba, donde reivindicó el valor de este histórico templo: “Sin este interés de la Iglesia, muy posiblemente no podríamos contemplar hoy esta joya artística tan admirada. Su perfecta conservación se debe a la importancia que tuvo, tiene y tendrá este edificio para los fieles católicos de esta Iglesia particular”, enfatizó.