(Vida Nueva) La Jornada Mundial de la Juventud de Sydney vuelve a poner sobre la mesa el debate en torno a la “salud” de la institución: ¿encuentros así son signos de una Iglesia viva o dan una imagen irreal de ella? Juan González Anleo y el prelado Francisco Cerro, nos dan su particular visión sobre el tema.
Multitudes juveniles y espejismos eclesiásticos
(Juan González-Anleo– Catedrático de Sociología de la Universidad Pontificia de Salamanca) Los católicos superan hoy ampliamente los mil millones de fieles. De ellos, aproximadamente entre la quinta y la tercera parte, según el vigor demográfico de cada país, son jóvenes de 15 a 34 años, que llenarían más de 3.000 estadios de las dimensiones del Bernabéu. El Papa se encontrará con una minirepresentación de esta multitud en Sydney. ¡Feliz y fecundo encuentro!, deseo sinceramente.
El encuentro será jubiloso. Pero tengo mis dudas sobre sus efectos a medio y largo plazo. Y sospecho que los jóvenes que se congregarán en torno al Papa no representan a los jóvenes católicos, sino a los “selectos”. Me explico. En España las afiliaciones a asociaciones religiosas -los que he llamado “selectos”-, reportadas por los mismos jóvenes en el Informe de la Fundación Santa María del año 2005, sitúa en un 4,1% el porcentaje de afiliados, unos 250.000. Cifra impresionante, si la comparamos con la escasa participación de jóvenes en otras asociaciones de carácter no religioso, exceptuando las deportivas.
Los jóvenes tienen hoy una infatigable vocación viajera y se desplazan multitudinariamente. Vacaciones, conciertos nacionales e internacionales, turismo, estudio de lenguas extranjeras… Y viajan también para encontrarse con el Papa, aclamarle, comulgar puntualmente con su mensaje… y pasarlo bien con la música, la “movida eclesial” y los amigos. Cuando el desplazamiento es largo y costoso, los jóvenes necesitan el soporte organizativo y económico de la parroquia, la asociación o el movimiento, soporte que se presta preferentemente a los “fieles” y comprometidos. Menos cada vez. Los datos cantan sin tregua esta triste canción. Uno solo: el 24% de jóvenes españoles que se declaraban en 1999 “católicos practicantes” ha descendido a un 10% en 2005.
¿Qué tiene de malo que vayan mayoritariamente los “selectos”? ¿No es lo normal? Respondo por partes. “Lo malo” es que una parte importante de los líderes religiosos se dejan seducir por un espejismo. Descarnadamente formulado: “Se acaba juzgando a la juventud española según el entusiasmo y fervor de un puñado de jóvenes comprometidos”. Aunque se trata de un puñado muy considerable, quizás hasta medio millón como se dijo sobre la asistencia en Cuatro Vientos con ocasión del quinto viaje de Juan Pablo II a España (mayo de 2003). Medio millón, cifra impresionante, es sólo el 5% del total de jóvenes .
Cierto escepticismo
Los mismos jóvenes ven con cierto escepticismo estos grandes encuentros Papa-jóvenes. En el Informe del año 2002, la mitad de los jóvenes opinaba que “no servían de nada estos viajes”, a otra mitad les dejaban fríos, y algo más de la tercera parte los juzgaba sin influencia real en la gente. Pero una relevante figura eclesiástica, según Vida Nueva, calificó ese quinto viaje de “acontecimiento de gracia verdaderamente excepcional”, (con) “frutos duraderos” y “respuestas vocacionales”. Dos años después, el Informe del 2005 revelaba ese descenso del 12% de jóvenes fieles.
A pesar de la excepcional capacidad comunicadora de Juan Pablo II y de otros líderes católicos, el incomparable mensaje de la Iglesia llega con cuentagotas a los jóvenes. En 1989, el 16% de los jóvenes españoles identificaba a la Iglesia católica como el “lugar donde se dicen las cosas importantes para orientarse en la vida”. En 2005, era sólo el 2,2%, frente al 50% de la familia, el 39% de los amigos, y el 21% de “la calle”. Una Iglesia “sin voz”, afónica en la práctica.
Estigmatización social
El protagonismo de la Iglesia española ha cedido el paso a su progresiva estigmatización social. Entre las instituciones que cuentan para algo en la vida española y en las que se confía, la Iglesia ocupa invariablemente los últimos lugares. Incomprensible para mí, como ejemplo más lacerante, que los jóvenes la valoren por debajo de las empresas multinacionales, tan odiadas en general por aquéllos, y de la Justicia, tan desacreditada.
Acabo. El escenario global de estas actitudes es una imagen muy deteriorada de la Iglesia, especialmente entre los jóvenes. Imagen injusta, debida en gran medida a que las “causas” que defiende el Magisterio no son las “causas” que preocupan a los jóvenes. Injusta, pero estimulada por determinadas posturas, más políticas que evangélicas, de la Jerarquía. Y, sobre todo, debida al discurso “que no cesa” de unos políticos y unos poderes mediáticos anticlericales -“antiepiscopales”, debería tal vez afinarse, ya que el anticlericalismo ha ido cediendo protagonismo al antiepiscopalismo de moda-, descaradamente ciegos a la hora de evaluar a la Iglesia, ignorando sus inigualadas aportaciones al bienestar social y espiritual de todos los ciudadanos de este país.
Una apuesta en serio por los jóvenes
(Francisco Cerro Chaves– Obispo de Coria-Cáceres) He participado como sacerdote y también como delegado de Pastoral Juvenil en casi todas las Jornadas Mundiales de la Juventud. Desde que por primera vez las convocó Juan Pablo II en Roma en los años 80, estoy convencido de que ha sido una verdadera oferta de renovación y de apuesta válida en nuestra Pastoral Juvenil. Si estas Jornadas se engloban dentro del proceso de ayuda a madurar a los jóvenes en el camino de la fe, son encuentros que consolidan sus grandes convicciones cristianas: centralidad de Cristo, Comunión con la Iglesia sin complejos y pasión por los jóvenes de hoy. Creo que estos encuentros son un acierto total. Pueden tener sus limitaciones, pero, sin duda alguna, son aplastantes sus frutos.
Partiendo desde mi experiencia, puedo decir que a los jóvenes en estas Jornadas, sobre todo en la preparación y en los encuentros de las Jornadas como en el envío al mundo, se les ayuda a descubrir que somos peregrinos, no vagabundos. La peregrinación siempre ha estado en el corazón del joven, buscador incansable de aventuras, de hacer caminos, de salir al encuentro de otros. La peregrinación, sin duda, barre el peligro de instalarnos, y nos ayuda a descubrir que sólo en la medida en que nos ponemos en camino y salimos de nosotros mismos, podemos encontrarnos con el Dios de la Vida y con los que caminan a nuestro lado. Vagabundo es no saber adónde ir, peregrinar es caminar hacia el centro de nuestra fe.
Si, como afirman los sociólogos, a los jóvenes de hoy se les caracteriza por “vivir como en un enjambre”, por buscar estar juntos, apiñados, codo con codo, las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido un acierto, porque han ofrecido a los jóvenes, ampliamente, todo tipo de valores cristianos. Y su peregrinar hacia el encuentro de quien se define como “Camino, Verdad y Vida”, y que es necesario descubrirlo para que sepamos adónde vamos y nos enteremos “de la fiesta” de la Vida.
Desde mi propia experiencia, destacaría los tres grandes aciertos de estas Jornadas que, además, creo que se han repetido constantemente como un estribillo:
1. La centralidad de Cristo.
Ésta ha sido una constante. Recuerdo en Tor Vergata los miles de jóvenes que participamos en aquella noche calurosa de verano, donde en una Vigilia larga, pero muy cuidada y empleando todos los elementos que podían hacer descubrir al joven el gozo del encuentro con Cristo, fue una experiencia inolvidable de Cristo. Observé, en algún momento, que los jóvenes ni respiraban. Se logró una verdadera comunión con Cristo, como una experiencia sencilla de encuentro con el Resucitado. Este ha sido para mí el gran secreto de las Jornadas: el anuncio, la proclamación de que Cristo vive. Es la persona de Cristo el gran tesoro que tenemos que ofrecer al joven, si queremos anunciarlo después, con la vida, en todos los ambientes.
2. La Comunión de la Iglesia sin complejos.
A veces, a nuestros encuentros juveniles, en general, les falta la alegría de la Comunión con la Iglesia. Estamos acomplejados. Presentar la vida de la Iglesia, que, a pesar de sus sombras, ha sido siempre una experiencia maravillosa de hombres y mujeres que han entregado su vida para construir la “civilización del amor”. En todas las Jornadas se nos han presentado testigos creíbles del Evangelio. Hemos comprobado que la Iglesia está viva. Que existen muchos jóvenes que se encuentran en la Comunión de la Iglesia afectiva y efectiva y en el gozo de ser libres y sin complejos. Las Jornadas han ayudado a conocer la identidad eclesial a tantos jóvenes, a los que, a veces, por un cierto complejo, no nos atrevemos a explicarles nuestra fe. El Papa ha ayudado a descubrir una Iglesia preocupada por los jóvenes, abierta y, a la vez, con una fe que no es negociable, como no lo es la persona de Jesús, ni lo esencial del Evangelio.
Las Jornadas han descubierto “volver a lo esencial”, que es el núcleo principal que nos ha transmitido la Iglesia.
3. Pasión por los jóvenes de hoy.
Todas las Jornadas han contado el mundo de los jóvenes, sin prejuicios, en la universalidad de los pueblos, sin negativismos y abiertos a la verdad de que los jóvenes de hoy necesitan la referencia de la Iglesia. La Jornada era “Mundial” porque iba dirigida a los cinco continentes. Los jóvenes, cristianos o no cristianos (que también han sido invitados), han descubierto que todos vamos en la misma barca, recorriendo el mismo camino, y que nos tenemos que poner en camino de conversión, de oración, de compartir con los más necesitados. La pasión por el joven de hoy, con sus sombras y sus innumerables luces, nos ayuda a descubrir que el gran éxito de las Jornadas Mundiales ha sido la asistencia de los jóvenes, que se han puesto en camino convocados por Cristo y por la Iglesia.