Los episcopados de Portugal y Francia ya han abordado un tema que cada día preocupa más a los ciudadanos
En una situación de tensión contenida -a pesar de las apariencias- como la que se vive en España entre el Gobierno y la jerarquía episcopal, una reflexión sobre la problemática económica siempre puede causar recelo en un Ejecutivo que quiere que la Iglesia se ocupe menos de las cuestiones terrenales. En ese sentido, no hay nada que temer, pues esa reflexión no irá tanto al fondo del análisis de los datos económicos, ni a dar consejos sobre los mismos, cuanto a la importancia del mensaje evangélico para encontrar un sentido a la vida que incida, también, en un cambio del sistema económico.
Como ya quedó de manifiesto en las últimas Jornadas Nacionales de Pastoral Obrera, la crítica fundamental va contra un sistema económico que “está alterando gravemente la realización personal, familiar, social, cultural, espiritual y religiosa, al invadir el trabajo el tiempo de vida, al imponer el consumo como ideal de felicidad y al inducir al ocio evasivo como válvula de escape”. Un sistema, además, ante el que poco pueden hacer los gobiernos y que, en casos de crisis, arrumba al paro a los más débiles. Por ello, e insistiendo en las conclusiones de aquellas jornadas, la línea que seguirá este Departamento iría en la creación de una nueva conciencia y dinamismo “para anunciar a la mayoría social que formamos los trabajadores y trabajadoras el proyecto de felicidad de Jesucristo y a denunciar las situaciones que vulneran la dignidad de la persona, implicando a otros, haciendo protagonistas a quienes sufren estas situaciones y a fortalecer a las instituciones que se encargan de promover la justicia y la igualdad”.
Los efectos de la crisis sobre las personas empieza a ser objeto de preocupación en algunas diócesis, donde sus prelados se han manifestado a través de cartas pastorales, como es el caso del de Sant Feliu. También el ahora nuevo arzobispo castrense, Juan del Río, resaltó hace pocas fechas el crecimiento del número de familias jerezanas a las que estaba pasando factura la crisis, afirmando que habían aumentado las visitas de familias con problemas para llegar a fin de mes a la Cáritas diocesana.