Encuentro de Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol con Luis Alberto Gonzalo, religioso claretiano
En la vida diocesana se cruzan dos realidades: la vida consagrada y el ministerio sacerdotal. El obispo es responsable de armonizar ambos carismas. ¿Está siendo posible hoy esta armonía?
¿Qué prejuicios cree que puede haber en alguna parte del clero diocesano con respecto a la vida religiosa?
P. Gonzalo: A veces da la sensación de que no se comprende la vida de consagración. Probablemente, porque se ha favorecido, por parte de la vida religiosa al tener un derecho particular, una forma peculiar de organizarnos dentro de lo que es la comunidad diocesana. Seguramente apoyándonos en eso, nos hemos sentido liberados de determinados compromisos de comunión y de corresponsabilidad, salvaguardando lo que es la pertenencia a una comunidad. Y por parte del clero diocesano, en algunas ocasiones, puntualmente, lo que yo percibo es que no se conoce la vida consagrada y se valora ésta por lo que hace, por la fun- cionalidad, porque el pecado de funcionalidad lo estamos viviendo toda la Iglesia. Y la vida de consagración, como todos los estados de vida, es una vida de significación: seguimos siendo valiosos y significativos cuando tenemos toda la fuerza del mundo, y también cuando somos ya más ancianos y tenemos que reducir nuestro servicio apostólico por la edad.
¿Existen formas de vida apostólica, como es el caso de vivir en comunidad, de las que los sacerdotes diocesanos pueden aprender de la vida consagrada ?
Sánchez Monje: En lo que se refiere a las fraternidades sacerdotales o apostólicas, aquí hay algunos curas -especialmente jóvenes- que me piden que tenga en cuenta, cuando les envíe a su trabajo pastoral, el hecho de que puedan vivir con otros. Tenemos varias fraternidades apostólicas trabajando así. Hay otros sacerdotes que, trabajando en una fraternidad apostólica, viven aparte. Llevan un conjunto de de parroquias y algunas tienen casa parroquial. Ellos trabajan pastoralmente con el equipo, pero viven en una casa aparte. Lo más importante en un primer momento es salvar el trabajo pastoral en equipo e ir asumiendo lo que nosotros estamos intentando con la promoción de lo que llamamos ‘unidades de acción pastoral’, que no sería sólo agrupar parroquias, sino que, con este motivo, se vaya implantando un nuevo estilo donde haya una responsabilidad compartida entre los sacerdotes, los religiosos/as que están en la parroquia y, también, un grupo de seglares que participe en la toma de contacto con los problemas y las necesidades más urgentes y qué respuestas pastorales conviene dar. También estamos a punto de poner en marcha la escuela de agentes de pastoral familiar para que, luego, cada delegación diocesana sectorial organice su propia formación. La escuela sería el tronco común para todos los agentes de pastoral. Incluso creo que sería bueno que los dirigentes de las cofradías pasaran por esta escuela, que podría ser un cauce muy importante para que luego, en sus parroquias, puedan colaborar activamente.
Cuando hay que hacer algún movimiento, ¿suelen dialogar obispo y provincial?
Sánchez Monge: En estos años que he tenido relación con ellos, con los casos que ha habido, el provincial me ha informado con más que suficiente antelación, hemos comentado un poco la situación de cada religioso que iba a ser cambiado, quién iba a venir, él ha procurado tener en cuenta las características de las parroquias que atienden para enviar a los que pudieran ser más idóneos, y las cosas han discurrido en un plano muy amistoso y fraterno. No he tenido que pedir a ningún provincial que llamase la atención a ningún religioso/a en mi diócesis; por lo tanto, no ha habido problemas en ese sentido.
P. Gonzalo: La norma habitual es que los nombramientos que tienen responsabilidad diocesana sean presentados por parte del superior preceptivo, pero en diálogo con el obispo. Yo puedo hablar desde mi experiencia personal. Yo puedo hablarle y proponerle al obispo con toda libertad. Libertad que pueda estar condicionada por lo que es la responsabilidad de gobierno en la caridad. Hay determinadas circunstancias personales -porque estamos hablando del gobierno de personas- que no deben salir de tu vida nunca, no debes hacer alusión a ellas nunca. Otra cosa es que hagas la propuesta de una persona para un servicio de gobierno que no deba tener esa responsabilidad. Estamos hablando de la querencia que todos, superiores y obispos, tenemos a la Iglesia.
La vida consagrada y el ministerio sacerdotal han pasado un largo desierto en el que han tenido que purificarse su identidad. Todavía asistimos a los últimos coletazos de los que aún no han encontrado su identidad. ¿Qué hemos aprendido de esa travesía?
Sánchez Monge: Una de las cosas que hemos aprendido es que hemos ido dejando muchas cotas de poder, muchas seguridades. Yo veo comunidades religiosas donde son pocos, mayores, algunos enfermos, y con todo, viven contentos, viven el presente y el futuro, se sienten muy hermanos de Dios, no saben exactamente cuál será el futuro de su comunidad, si terminará desapareciendo o añadiéndose a otras, pero en el presente están viviendo un despegarse de muchas cosas que son secundarias. Tienen que dejar obras en las que pusieron mucho interés, que durante muchos años dieron unos frutos maravillosos, pero que ahora no las pueden sostener.
Yo quiero que la Jornada de la Vida Consagrada que celebramos el 2 de febrero no sea solo un acto de los religiosos, sino que sea un acto de toda la Iglesia diocesana con los religiosos. Que los seglares y presbíteros que tengan algo que agradecer a los consagrados, que somos todos, que intentemos estar presentes, cercanos, celebrar la eucaristía con ellos, manifestarles nuestro apoyo, nuestra consideración y estima en todo lo que ellos aportan a la Iglesia.
También hemos visto todos, con no pequeño dolor, que algunos han dejado el ministerio luego de haber empezado con mucho entusiasmo y fueron muy generosos y muy desprendidos, y cómo el Concilio puso en marcha unas expectativas que pudieron ser encauzadas y, en algún momento, se fueron de la mano, no se controlaron bien algunas situaciones o actitudes, y hemos tenido que pagar de alguna manera estas consecuencias. Pero con todo, es mucho más de positivo lo que hay en la Iglesia. El Vaticano II, como dijo el Sínodo Extraordinario del año 1985, ha sido un don del Espíritu Santo a la Iglesia. Que ahora los religiosos son menos y los sacerdotes también, pero son de mucho más valor, tienen más calidad humana, una calidad de fe y de compromiso apostólico que es mucho más valioso que en épocas anteriores.
P. Gonzalo: Yo creo que esta herida, que permanece abierta en la vida consagrada y en la vida sacerdotal, es uno de los aspectos más dolorosos de nuestra vida. A lo largo de estos años, que han sido años de crecimiento en la fidelidad, yo creo que lo que ha ido integrando más la vida consagrada es que no puede dar nada por supuesto, no lo sabe todo y no tiene respuestas para todo. La vida consagrada está asumiendo en estos momentos un vivir, una espiritualidad de empequeñecimiento, no porque no le quede más remedio, sino porque está leyendo que este momento histórico le está pidiendo que viva en fidelidad a Dios. Yo creo que éste no es un tiempo fácil, como no lo han sido otros tiempos de la historia, pero sí es un tiempo muy rico en cuanto que los consagrados nunca como ahora han hecho una reflexión sobre lo que significa su propia vida y las necesidades que tienen para ser fieles a Dios.
En este momento, el tema de las vocaciones supone un reto muy importante. Son muchos los lugares en los que se recurre a traer vocaciones de otros lugares…
P. Gonzalo: Yo creo que la cuestión no es tanto de número y es verdad que, probablemente, este tiempo nos está diciendo que tenemos que entender que los números de personas al servicio del evangelio desde la consagración son muchos menos que en otros años porque, sociológicamente, también las familias están compuestas de menos miembros. Pero, felizmente, la sociología no tiene la última palabra, la tiene Dios, y lo que sí podemos constatar es que en este tiempo hay una crisis grave de vocaciones y parece que no hemos llegado a la cresta. Estoy de acuerdo con algunos que dicen que esta crisis de vocaciones no es más que un signo de una grave crisis de vida que tenemos. Hay que cuidar los resortes de vida en la vida de consagración y en las comunidades religiosas. Creo que unos y otros requieren un discernimiento sobre otro tipo de pertenencia a la Iglesia de una manera más estable.
Hasta aquí, dos realidades que se traban con armonía y que en algunos lugares no están exentas de dificultades. Tanto el obispo de Mondoñedo-Ferrol como el religioso claretiano saben de las dificultades para armonizar el trabajo en ambas realidades. Existe, sin embargo, un denominador común que han apuntado ambos interlocutores: el diálogo, la misión compartida, el aprecio mutuo por el trabajo, la ayuda inestimable de unos y otros para la tarea evangelizadora.
¿VALORAN POSITIVAMENTE LA LABOR DE CONFER?
Para superar las dificultades, hace falta paciencia por ambas partes, compromiso serio de avanzar en el diálogo con sinceridad, aunque en algunos momentos haya cuestiones más espinosas, pero que debe sobreabundar lo que nos une sobre lo que nos separa, que puede ser algunas veces llamativo, pero que, en el fondo, es menos importante.
P. Gonzalo: Como no son iguales todos los sacerdotes ni todos los obispos, no todos los religiosos somos iguales, pero hay una realidad que aglutina el sentir y el trabajo real de presencia en una Iglesia concreta que creo que sí es representativo de los religiosos, es un buen cauce de diálogo y que, con esa institución en concreto, es con la que tienen que dialogar los pastores. Soy consciente de que ha habido dificultades. Creo que son más de forma que de fondo. También hay cuestiones personales, porque somos personas distintas. Tengo la sensación de que estamos en un momento un poco mejor que en temporadas pasadas, creo que estamos en el buen camino, se ha perdido el miedo, podemos decirnos las cosas y, sobre todo, creo que sobre todos nosotros pesa la conciencia de estar al servicio de la Iglesia. Desde esa conciencia de pertenencia es desde donde esas dificultades menguan sensiblemente.
En el nº 2.646 de Vida Nueva.