Ahora ha llegado el levantamiento de la excomunión, sin necesidad de arrepentimiento ni rechazo del cisma ni aceptación del Concilio. El cardenal Re explica que “se trata de estabilizar las condiciones del diálogo”, pero queda la duda sobre su consistencia, dado que Roma ha aceptado las exigencias de los rebeldes sin pedir nada en contrapartida. Algunos afirman que el levantamiento de la excomunión no es una rehabilitación, pero no entendemos muy bien qué quiere decir esto: se ha levantado la pena impuesta y, de algún modo, se acepta el cuerpo cismático en cuanto se afirma que el siguiente paso consistirá en delimitar su configuración, sin cuestionar que sus jefes son los cuatro obispos rehabilitados… y que los cientos de sacerdotes y fieles se mantienen en sus trece. Se insinúa, incluso, en la posibilidad de una prelatura personal… ¿de anticonciliares?
En sus trece
Los lefebvristas no se han movido un centímetro de su posición. Al día siguiente de la publicación del documento romano se dijo en el púlpito de San Nicolás de Chardonet, la sede emblemática de la Fraternidad en París, que con su regreso es la Tradición la que regresa a la Iglesia y que ellos aceptan los concilios hasta el Vaticano II. Los obispos franceses insisten en que “en ningún caso el Concilio Vaticano II será negociable”, pero ¿puede serlo su interpretación? ¿Existe la tentación de aguar el Concilio con el fin de hacerlo más digerible y la reconciliación posible? De hecho, estos cismáticos han conseguido introducir en la Iglesia un argumento engañoso, el de que fue un concilio pastoral, es decir, falible, y no dogmático e infalible. ¿Es por eso que Castrillón y otros hablan de que los cismáticos tienen que “reconocer teológicamente el Concilio”? ¿El ecumenismo, la libertad de conciencia, la supresión de la teología del pueblo de Dios “deicida” serían sólo dificultades pastorales? ¿Llegaremos a poder elegir la misa y el concilio que nos gusten?
No creo desviarme si me llama la atención la desproporción entre el rigorismo existente en temas bioéticos, la intransigencia hacia cualquier opinión teológica que no coincida con la teología “oficial”, el ataque sin fisuras a quienes buscaban un diálogo sobre Educación para la Ciudadanía, y esta actitud de paterna misericordia con personas que mantienen una actitud cismática recalcitrante. En la Iglesia española hemos levantado un muro entre los míos y los otros, los muy fieles y la amplia diáspora discrepante, pero alzamos himnos de alegría en latín ante esta renovación del “hijo pródigo”. Podemos maltratar a los hijos que conviven junto a nosotros, pero somos generosos con los hijos pródigos del exterior, aunque no muestren rasgos de arrepentimiento. El pastor de la parábola se afana por la oveja perdida, pero mima igualmente a las que han quedado en el redil.
Es bueno y necesario que la Iglesia sea un espacio de comunión y acogida, pero, no parece de recibo el uso de diversas medidas, y, en cualquier caso, no a costa del Concilio.
En el nº 2.647 de Vida Nueva.