Dimensión internacional
La dimensión internacional del acontecimiento quedaba también resaltada por la nutrida asistencia de los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, con su decano al frente (el embajador de Honduras, Alejandro Valladares, a pesar de las fuertes presiones de algunas cancillerías sobre la Santa Sede para removerle de dicho cargo), y entre los que estaba el de España, Francisco Vázquez. Desde el comienzo, un coro nigeriano de sesenta voces inundó la Basílica vaticana con sus rítmicos cantos, que se alternaban con el gregoriano de la misa de Angelis y la polifonía de la Capilla Sixtina dirigida por el maestro Giuseppe Liberto. Hay quien –entre ellos me encuentro– juzgó escasa esta presencia musical africana, pero menos es nada.
En su extensa homilía, Joseph Ratzinger destacó que estamos en un momento “de esperanza” para África, porque “los designios de Dios no cambian. A través de los siglos y de los cambios históricos, siempre apunta a la misma meta: el reino de la libertad y de la paz para todos. Y eso implica su predilección por los que se ven privados de libertad y de paz, por los que son violados en su propia dignidad de personas humanas. Pensamos, en concreto, en los hermanos y hermanas de África que sufren la pobreza, las enfermedades, las injusticias, las guerras y las violencias, las migraciones forzosas”.
A continuación citó la Populorum progressio de Pablo VI para asegurar que “lo que el Siervo de Dios elaboró en términos de reflexión, los misioneros lo han realizado y continúan realizándolo sobre el terreno, promoviendo un desarrollo que respeta las culturas locales y el ambiente, según una lógica que ahora, cuarenta años después, aparece como la única capaz de hacer salir a los pueblos africanos de la esclavitud del hambre y de las enfermedades”. Marcando la continuidad con su preclaro predecesor, añadió: “Es lo que yo he querido profundizar en la reciente encíclica Caritas in veritate; es necesario renovar el modelo de desarrollo global de modo que se capaz de ‘incluir todos los pueblos y no sólo los convenientemente preparados’. Todo lo que la doctrina social de la Iglesia ha sostenido siempre desde su visión del hombre y de la sociedad es exigido hoy también por la globalización. Ésta –conviene recordarlo– no debe ser entendida fatalmente como si sus dinámicas fuesen producidas por anónimas fuerzas impersonales e independientes de la voluntad humana. (…) La Iglesia trabaja con su concepción personalista y comunitaria para orientar el proceso en términos de relación, de fraternidad y de participación”.
Reconciliación indispensable
Benedicto XVI ha valorado muy positivamente los trabajos sinodales, y por eso pudo concluir su homilía con esta invitación: “¡Iglesia de África, sé valiente, levántate! (…) La urgente acción evangelizadora de la que se ha hablado mucho estos días lleva consigo un llamamiento apremiante a la reconciliación, condición indispensable para instaurar en África relaciones de justicia entre los hombres y para construir una paz justa y duradera respetando a todos los individuos y a todos los pueblos: una paz que necesita y se abre a la cooperación de todas las personas de buena voluntad más allá de sus respectivas pertenencias religiosas, étnicas, lingüísticas, culturales y sociales. En esta comprometida misión, tú, Iglesia peregrina en el África del tercer milenio, no estás sola. Te está cercana con la oración y la solidaridad efectiva toda la Iglesia católica y desde el cielo te acompañan los santos y santas africanas, que, con su vida e incluso a veces con el martirio, han testimoniado su plena fidelidad a Cristo”.
El mensaje en cuestión fue presentado a los informadores el viernes 23 por el arzobispo de Abuja (Nigeria), John Olorunfemi Onaiyekan, que ha dirigido los trabajos de redacción del mismo con sus dos máximos colaboradores, el obispo de El Cairo de los Caldeos, Youssef Ibrahim Sarraf, y el obispo de Chimoio (Mozambique), Francisco João Silota.
El Mensaje, dividido en 42 apartados, ha sido redactado como resumen-guía de las tres semanas que han pasado en Roma los obispos provenientes de todos los países de África, “con todos los hermanos obispos y colegas de todos los continentes –como ellos mismos dicen–, juntamente con la Cabeza del Colegio Episcopal y bajo su guía, con la participación de algunos delegados fraternos de otras tradiciones cristianas”.
En uno de sus primeros párrafos se hace esta descripción nada complaciente pero muy realista del actual momento del continente: “África es rica en recursos humanos y naturales, pero muchos de nuestros pueblos se debaten en medio de la pobreza y de la miseria, de guerras y conflictos, entre crisis y caos. Muy raramente todo esto es causado por desastres naturales. Se debe, más bien y en gran medida, a decisiones y acciones humanas de personas que no tienen ninguna consideración por el bien común, y esto, con frecuencia, debido a la trágica complicidad y conspiración criminal entre responsables locales e intereses extranjeros”.
Protagonismo
Una de las características de este Sínodo –al menos así me lo parece– ha sido la asunción de un auto-protagonismo por parte de las Iglesias de África y, de modo particular, por sus obispos: “Como obispos, aceptamos el desafío de trabajar unidos en nuestras distintas conferencias episcopales, dando a nuestros países un modelo de institución nacional reconciliada y justa, dispuestos a ofrecernos como artesanos de paz y de reconciliación, en cada ocasión y en cada lugar que se nos pida (…). La unidad del episcopado es fuente de gran fuerza, mientras que su ausencia es un derroche de energías, hace vanos los esfuerzos y abre un espacio a los enemigos de la Iglesia para neutralizar nuestro testimonio. Un área importante en la que esa cooperación nacional y esa unidad son muy útiles es la de los medios de comunicación”.
El mensaje abre a continuación un abanico de llamamientos particulares a los diversos sectores de la Iglesia: sacerdotes, religiosas y religiosos, familias, etc. El siguiente se dirige a los católicos comprometidos en la vida pública: “Elogiamos a los muchos de vosotros que se han ofrecido para el servicio público en vuestros pueblos sin preocuparse por todos los peligros y de las incertidumbres de la política en África, pues se lo han tomado como un apostolado para promover el bien común y el reino de Dios (…). África necesita santos en puestos relevantes: políticos santos que limpien de la corrupción el continente, que trabajen por el bien de la gente y que sepan cómo animar a otros hombres y mujeres de buena voluntad fuera de la Iglesia para que se unan contra los males comunes que asolan a nuestras naciones (…). Por desgracia, muchos católicos en puestos de prestigio no han respondido adecuadamente al ejercicio de sus cargos. El Sínodo invita a esas personas a que se arrepientan o a que dejen el escenario público y que así dejen de perjudicar al pueblo y de crearle mala fama a la Iglesia católica”.
‘Un buen trabajo’
En el discursito que Benedicto XVI dirigió a todos los sinodales, a los que invitó a almorzar en el Aula PabloVI (almuerzo pagado, por lo que hemos sabido, con dinero proveniente de la Conferencia Episcopal Alemana), constató que se habían evitado dos peligros: el primero, “politizar el tema, hablar menos como pastores y más como políticos con una competencia que no es la nuestra”; y el segundo, “retirarse en un mundo puramente espiritual, en un mundo abstracto, bello pero no real”.“Hemos llevado a cabo –concluyó–, con la ayuda del Señor, un buen trabajo”. También dijo que haber evitado ese doble escollo “facilita mucho la elaboración del documento postsinodal”.
Y así entramos en el inabordable –para nosotros, por el espacio– terreno de las 57 propuestas elevadas al Papa para que pueda escribir la exhortación apostólica fruto de estos trabajos sinodales. Son extremadamente variadas y de interés muy diverso, desde la pura reflexión ascética o mística, a la consideración de orden disciplinar o a las tomas de posición ya conocidas sobre algunos problemas mayores del catolicismo africano. Pongamos algunos ejemplos.
Cuando habla del comercio de armas, el Sínodo formula la propuesta de que “la planificación y la producción de cualquier tipo de armas sea drásticamente reducida para el bien del desarrollo de la instrucción y de la agricultura que respete el ambiente”. Sobre el fenómeno de las migraciones, consideran necesario y urgente “pedir a los Gobiernos que apliquen las leyes internacionales sobre la emigración de modo justo y conveniente sin discriminar a los pasajeros africanos”.
Punto importante el de la inculturación, sobre el que “la Iglesia, para ser pertinente y creíble, tiene que hacer un esfuerzo de discernimiento profundo para identificar qué aspectos de la cultura promueven y cuáles impiden la inculturación de los valores evangélicos”. En el campo de lo muy concreto piden “que se denuncie la simonía de un cierto número de sacerdotes que abusan de los sacramentales para satisfacer las peticiones de los fieles a los que les gustan los símbolos religiosos como el incienso, el agua bendita, el aceite de oliva, la sal, las velas, etc.”.
Contra la pena de muerte
Por fin, como desarrollo de un proyecto favorecido entre otros por la Comunidad de San Egidio, el Sínodo escribe (n. 55): “La dignidad de la persona humana requiere que sus derechos fundamentales sean respetados aun cuando ella misma no respete los derechos de los otros. La pena de muerte hace que falle dicha intención. A veces la pena de muerte es usada para eliminar a los opositores políticos. Además, las pobres gentes que no pueden defenderse solas se ven más fácilmente sujetas a esta pena definitiva e inapelable. Este Sínodo pide la abolición total y universal de la pena de muerte”.
¿Valía la pena, pues, convocar este II Sínodo africano? Mi respuesta es positiva, sin sombra de dudas. Insisto, por enésima vez, en que el lamentable y torpe sistema de información ha facilitado que pase desapercibido para la casi totalidad de los medios que configuran la opinión pública. No nos cansaremos de repetirlo, aunque desconfiemos del éxito de nuestro lamento, pero ahí queda.
En la parte más directamente dirigida a la comunidad internacional, el Mensaje final toma posición sobre el candente tema del sida: “Con el Santo Padre Benedicto XVI, este Sínodo advierte que el problema no puede ser superado con la distribución de profilácticos. Pedimos a todos los que estén interesados de verdad en detener la transmisión sexual del VIH-sida que reconozcan el éxito obtenido por los programas que aconsejan la abstinencia entre los no casados y la fidelidad entre los casados. Este modo de proceder no sólo ofrece la mejor protección contra la difusión de esta enfermedad, sino que además está en armonía con la moral cristiana”. Tajante es, igualmente, la petición a los poderes económicos: “Tratad a África con respeto y dignidad. África desde hace tiempo reclama un cambio en el orden económico mundial en cuanto a las estructuras injustas acumuladas que pesan sobre ella. La reciente turbulencia en el mundo financiero demuestra la necesidad de un radical cambio de reglas. Pero sería una tragedia si las modificaciones se hicieran sólo en interés de los ricos y una vez más en perjuicio de los pobres. Muchos de los conflictos, guerras y pobreza de África derivan principalmente de estas estructuras injustas”.
Sobre el llamado Protocolo de Maputo (al que ya se refirió Benedicto XVI en su discurso al Cuerpo Diplomático en 2007), que trató a nivel africano los problemas de la mujer africana y su “salud reproductiva”, el Sínodo “considera inaceptable la promoción del aborto en su artículo 14.2c que fue formulado en estos términos: ‘Proteger los derechos reproductivos de las mujeres autorizando el aborto terapéutico en los casos de violencia sexual, estupro, incesto o cuando continuar con el embarazo pondría en peligro la salud mental o física de la mujer o la vida de la mujer y del feto’”. Los sinodales consideran que ese artículo “está en contradicción con los derechos humanos y el derecho a la vida. Banaliza la seriedad del crimen del aborto y devalúa el papel de la maternidad. La Iglesia condena esta posición sobre el aborto proclamando que, por su valor y dignidad, la vida humana sea protegida desde la concepción a su muerte natural”.
apelayo@vidanueva.es
En el nº 2.681 de Vida Nueva.