Los tres Riberas reaparecieron debajo del polvo de casi tres siglos, los que han transcurrido desde 1721 y 1725, años en los que, respectivamente, fueron erigidos los dos retablos con donaciones, entre otros, del canónigo Gutiérrez de Medinilla, que fue quien entregó los Ribera. Las tres pinturas –el Martirio de San Lorenzo, María Magdalena penitente y Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua– presiden la exposición con la que el Arzobispado quiere exhibir en la Curia Metropolitana la belleza de las obras a ras de tierra, dado que se ha decidido que las pinturas regresen en las próximas semanas a los retablos, a aproximadamente 15 metros de altura, por tanto. Entre ellos, también se puede ver en la exposición, igualmente restaurado, El Salvador, de Alonso Cano, la gran referencia hasta ahora del retablo del Nazareno.
Cano es, además, protagonista de una segunda muestra en la seo granadina. En este caso, en la Sacristía, que acoge la exposición de cuatro tallas del artista –entre ellas, sus maravillosas Adán y Eva–, dos de Torcuato Ruiz del Peral y una de Jerónimo Francisco y Miguel Jerónimo García, que han sido restauradas por la Junta de Andalucía dentro del proyecto Andalucía Barroca. Las tallas son piezas que estaban ubicadas en diversas zonas de la catedral y que ahora se exhiben juntas antes de su recolocación.
La cronología del descubrimiento de los Ribera comenzó hace un año. Después de la restauración de la Capilla Mayor, el Instituto del Patrimonio Cultural, dependiente del Ministerio de Cultura, inició, en diciembre de 2008, con cargo al Plan Nacional de Catedrales, la intervención de los retablos del Nazareno y de la Santísima Trinidad. Los trabajos fueron adjudicados en concurso público a Talleres de Arte Granada, S. A., bajo la dirección técnica del restaurador Antonio Sánchez-Barriga, con un presupuesto de cerca de 277.000 euros en el marco del Plan Nacional de Catedrales. A Sánchez-Barriga no le cupieron dudas de que las firmas de José Ribera que aparecieron nada más comenzar a limpiar dos óleos del retablo del Nazareno –el Martirio de San Lorenzo y María Magdalena penitente– confirmaban, junto a los primeros indicios del exhaustivo examen científico al que se pudieron someter los lienzos, la autoría de “El Españoleto”. Las dos obras habían sido tomadas durante siglos por copias. Como el tercer descubrimiento en cuestión, Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua, lleno de evidencias de que salió de la propia paleta del maestro valenciano del siglo XVII. Aunque, en cierto modo, desde que comenzaron los trabajos de restauración, Sánchez-Barriga tenía la certeza de que se trataba de cuadros de gran valía “por su calidad de factura y técnica”, a pesar de que permanecían colgados a más de 15 metros de altura y en malas condiciones de conservación. Ha sido necesario bajarlos al suelo, limpiarlos y eliminar los repintes realizados por restauradores con poca maña entre 1721 y 1725, como describe el delegado diocesano para el Patrimonio Cultural del Arzobispado y conservador del patrimonio de la catedral, Antonio Muñoz Osorio, para redescubrir su esplendor: “Al quitarles los repintes ha aflorado una calidad maravillosa. Serán las estrellas, lo mejor de la catedral, junto con La Inmaculada de Alonso Cano”. “Puestos a valorar económicamente el hallazgo, basta decir que el último Ribera de estas características que subastó Christie’s en Londres se vendió por unos cuatro millones de libras (4,3 millones de euros)”, según Antonio Sánchez-Barriga.
Envueltas en misterio
Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua era considerado, hasta ahora, como “réplica de obrador”, al igual que los dos ejemplares napolitanos existentes: los de la iglesia de San Francesco Saverio, actualmente en el Museo Capodimonte, y el de la Sacristía de la iglesia de San Fernando. El original de todos ellos es el ejemplar del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, firmado y fechado en 1636, procedente de las colecciones reales. María Magdalena penitente, a diferencia de las otras dos obras, presenta daños irreversibles. Obra firmada y fechada, “Jusepe de Riba Español F. 1642”, se trata también de un lienzo de gran calidad, que, aunque conservado en peores condiciones, “evidencia igualmente de forma inequívoca la mano genial del maestro”, según Jiménez Díaz.
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En el nº 2.684 de Vida Nueva.