Gente como Moisés Reyes, hoy director de la Hacienda de la Esperanza de Verapaz (Guatemala), pero con un pasado de drogadicción en su historia personal, facilita mucho la puesta en práctica de esta reflexión: “Hubo un día que le dije a mi esposa: ‘Me voy de casa porque no quiero haceros sufrir más. Me voy de casa para ir a morirme a otro lado’”. Mónica García, que se recupera de sus adicciones en esta Hacienda de la Esperanza, no es menos contundente: “Llegaba a casa esperando que hubiera alguien esperándome y me dijera ‘te quiero’, pero me encontraba en un lugar solitario donde no sabía qué hacer, donde había un crucifijo delante del que me arrodillaba y decía: ‘Ayúdame, sácame de aquí que no aguanto, hiciste que me violaran, que me adoptaran, que me quitaran a mi hija. ¿Qué más quieres? Mátame o dame vida’”. Gerardo Anguiamo, también en proceso de rehabilitación, sacude con humildad una aseveración categórica: “Yo, en parte, agradezco mis adicciones, puesto que me han hecho conocer más a Dios”. Gerardo también escribe el nuevo capítulo de su vida en la Hacienda de la Esperanza de Verapaz.
En las facultades de Comunicación, con afirmaciones menos contundentes que la de O’Neil, también se incide en una sencilla lección: evitar la repetición excesiva de nombres de personas, lugares o palabras en un texto. La utilización de paráfrasis, metáforas o giros sintácticos ayuda a que la información no tenga un soniquete incómodo y pesado para el lector. Por este motivo, el párrafo anterior sería tachado de principio a fin. Repite, incansable, un lugar y cuatro palabras, Hacienda de la Esperanza. Pero aquí la repetición es intencionada, no es gratuita. Personas como Moisés, Mónica o Gerardo se abren en canal, te muestran en un lugar llamado Hacienda de la Esperanza lo rugosa que puede ser la vida, su vida. Lo cuentan con honradez y mirándote a los ojos. Algo tendrá este lugar.
De origen franciscano
El 12 de mayo de 2007, Benedicto XVI propuso al mundo, con su presencia en la Hacienda de Guaratinguetá (Brasil), una vía de salida de las drogas a través de la vida en común, el trabajo y la espiritualidad. Este proyecto –que trascendió por la figura del Papa– comenzó a narrarse en 1979, cuando un fraile franciscano, Hans Stapel, inició en la parroquia de Nuestra Señora de la Gloria, en Guaratinguetá, una experiencia de vida basada en el amor cristiano. El lema que guiaba el camino emprendido por Stapel estaba tomado de san Mateo: “Cuanto hicisteis a uno de estos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
Aquí, en Guatemala, en la Diócesis de Verapaz, Mónica, Moisés y Gerardo, parafraseando a Paul O’Neil, te cogen por el cuello con su vida, te hunden los pulgares en la tráquea con su testimonio y te mantienen entre la espada y la pared con su vuelta a la vida.
Entre los que se curan en la Hacienda hay testigos de muertes, de crímenes, de miserias, protagonistas de todo tipo de delitos. Muchos llegan a lo que ellos mismos denominan como el fondo del pozo. El director del centro de Verapaz habla de este lugar: “Es lo último. Y para llegar al fondo del pozo tienen que llegar a quedarse en una acera, en la calle, dormir a la intemperie… Otros roban en casa. Se pierden los valores. Cuando viven en la calle lo pierden todo, hasta el deseo de vivir, y creen que la vida es eso, estar en la calle”.
La huida hacia delante la condujo a vender la cuna de su hija, de sólo meses, para obtener droga. A visitar a su pequeña en el hospital con droga en la mochila. A pegarle. “Hay un lugar que se llama la Hacienda de la Esperanza”, le dijeron cuando rodaba cuesta abajo a velocidad de ferrari. “Después –cuenta–, una tía habló conmigo y me dijo: ‘Así como tú fuiste luz de oscuridad, ahora vas a ser luz para tu casa. Aquella luz que se apagó, ahora se va a encender de nuevo’. Y yo dije: ‘Voy a vivir, voy a vivir, yo quiero vivir’”. En pleno proceso de transformación, Mónica reconoce que todavía le queda trecho que recorrer. Entre otros objetivos, tiene que recuperar la custodia de su hija. Confía en llegar con fuerza a la meta.
Salvadores de almas
Hoy, como director del centro de Guatemala, tiene claro lo que le pedía Hans Stapel y, sonrisa en rostro, subraya que “por una persona ya vale la pena la Hacienda, porque una vida tiene un valor… Por una persona que se recupere, ya vale la pena”. En la Hacienda de Verapaz ya han logrado salvar a diez.
Pero no todo es trabajo. El triple cimiento sobre el que se sustenta la vida de la Hacienda está compuesto, además de una actividad laboral, por la vida comunitaria y la espiritualidad. “En la recuperación de las personas, Dios ocupa el primer lugar.
Dios es el que va actuando en la persona”, dice Roberto Cajún, sacerdote de Verapaz, que atiende a los miembros de la Hacienda.”. En este sentido, Moisés Reyes señala que “el hecho de experimentar el amor de Dios dentro de la Hacienda supera todas las necesidades que podamos tener. Supera todas las tristezas. Los muchachos llegan aquí desestructurados, tristes”. Uno de los que llegó así, Gerardo Anguiamo, destaca la importancia de Dios, porque “muchas personas que están en este mundo conocen mejor a Dios que las personas que están fuera, las que nunca han tenido problemas de consumo, que se dedican a su familia, pero que no tienen tiempo para Dios porque lo tienen lleno de otras cosas. Son, por supuesto, hijos suyos, pero no lo conocen como nosotros. Sólo Él nos ha sacado del hoyo en el que nos metimos”.
En el nº 2.699 de Vida Nueva