¿Por qué crearon los obispos, en 2005, una Comisión para la Cultura?
Desde el Vaticano II y la Evangelii Nuntiandi, se insiste especialmente en la necesidad de la pastoral de la cultura. La “nueva evangelización” de Europa, que Juan Pablo II siempre concitó, iba en el mismo sentido. La cultura es ese ambiente de sentimientos básicos e ideas clave en el que nos situamos actualmente. Es ahí donde tenemos que actuar, como la inspiración nueva que Cristo daba y sigue dando a los deseos y a las actitudes, a los proyectos y a la convivencia, eso mismo a lo que también llamaba el “Reino”. Tal inspiración e influjo abren una “comunión” que después se refleja y materializa en la variedad creativa del pensamiento, de la literatura y de las artes, incidiendo y “demostrándose” antes en los comportamientos, en relación constante con el Otro y con los otros. Eso es la cultura.
El Papa recibió en noviembre a personalidades de la cultura, y repetirá la iniciativa en Lisboa. ¿La cultura es esencial para la Iglesia?
Es conocida –y reconocida– la atención del Papa al mundo de la cultura, que en él es una constante: en los varios encuentros que ha mantenido con pensadores creyentes y no creyentes; en la metodología que sigue, respetando el campo específico de cada uno; en los temas que aborda, centrados en la pertinencia de Dios. En el momento actual portugués, esto es lo que necesitamos: llevar en serio y a fondo la búsqueda de sentido y la “trascendencia” que transpira por todos los poros de las cuestiones, incluso donde menos parezca.
Mayor complejidad
A pesar de sentir que la Iglesia, en los siglos XIX y XX, perdió la relación con los artistas…
El arte tiene todo que ver con la actualidad. La relación de la Iglesia con el arte depende mucho de la presencia de cristianos en la actualidad de los interrogantes, aspiraciones y ensayos. Pero es un hecho que las grandes –y, a pesar de todo, fecundas– “tensiones” fe-razón, Iglesia-sociedad, tradición-modernidad, hacen de la relación entre el catolicismo y las artes algo más complejo y menos evidente que lo que sucedió en otras épocas, donde también había más disponibilidad material de la Iglesia para encomendar y apoyar obras, a veces grandes obras.
Usted advierte del riesgo de perder la cultura humanista en favor de las nuevas tecnologías.
¿Merece la pena insistir en los valores cristianos de Europa, cuando tantas voces dicen que la Iglesia está perdiendo influencia?
La historia europea es muy reveladora: la primera evangelización fermentó en pequeñas comunidades, que contrastaban con un Imperio que, generalmente, las perseguía. Después de permitirlas y hasta oficializarlas, el Imperio se desmoronó en el siglo V, y quedaron estas comunidades como única base institucional para la recomposición social. De tal modo que la segunda evangelización creó Europa según el recorte continental actual, por la sucesiva conversión de los ‘bárbaros’ al cristianismo. La Modernidad nació, en buena medida, con los Estados europeos del siglo XV, que recuperaron a su favor el antiguo derecho imperial romano. Esta Modernidad se ligó al humanismo y a la afirmación personal en el campo de los saberes o de los negocios, lo que requirió una tercera evangelización. Podemos decir que, así como la segunda evangelización no desarraigó totalmente el antiguo paganismo de los campesinos, tampoco la tercera respondió cabalmente a los desafíos modernos en términos de racionalismo y secularización.
¿Qué ocurrió en los siglos posteriores?
Del siglo XIX al XX, se fue creando, en una Europa secular y en ocasiones hostil a la presencia pública de la religión, otro tipo de fermentación católica, con modalidades diferentes; el liberalismo fue asumido por los creyentes, en términos de participación política y de distinción Iglesia-Estado, primero como mal menor y después como bien mayor y coincidente con la máxima evangélica de ‘dar al César lo que es del César’. Y, atenuados los ímpetus de la “reconquista cristiana” de la sociedad, la presencia pública de los católicos pasó a ser presentada como testimonio y llamamiento a la humanidad que se gana en Cristo. En este “valor” cristiano, personalista y personalizador, sigue estando la sustancia de la Iglesia como vivencia y oferta. Creo que, en las condiciones actuales, es tan seductor como siempre y nos obliga a menos distracciones. Será ésta la cuarta evangelización de Europa, siempre y sólo como “un poco de fermento en la masa”.
Reflexionando sobre la laicidad, ¿no hay un “relativismo” inherente a nuestras sociedades europeas que debe ser respetado?
La laicidad, en tanto que respeto de las realidades temporales en lo que tiene de consistente y propio, deriva del propio comportamiento de Cristo y traduce la verdad de la creación: Dios crea ‘según cada especie’ un mundo que se revela y es confiado a la responsabilidad y creatividad humanas. Por eso, todos, hombres y mujeres, individualmente y asociados, también en lo que a religión se refiere, tenemos y debemos dar a los otros pleno derecho de ciudadanía.
En el nº 2.705 de Vida Nueva.