(+ Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)
“Es cierto que la Iglesia es misión y que evangelizar es su vocación; pero también lo es que los modos de gestión de la misión, en ocasiones, han de reforzarse con una nueva fuerza y una creatividad mayor, si se quiere penetrar en el corazón humano”
Aunque aún sea una noticia oficiosa, no deja de ser muy bueno el anuncio de que el Santo Padre va a crear en el futuro próximo un Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. El hecho en sí es, además, calificado como la mayor novedad en el pontificado de Benedicto XVI. De confirmarse esta decisión, es, desde luego, de un gran alcance para la Iglesia de cara a su misión en el momento presente y para el futuro. Será el centro de animación permanente y de algo que ha ido tomando cuerpo poco a poco, si bien de forma improvisada.
Hasta ahora la nueva evangelización, además de una gran intuición, se había convertido en una referencia pastoral que ponía de relieve la necesidad de un nuevo impulso misionero en la Iglesia, que lleve a la renovación de la fe y la vida cristiana. Desde que Juan Pablo II en Nowa Huta la anunciara y más tarde ampliara algunos de sus matices en Puerto Príncipe, la palabra y el concepto evangelización, junto al adjetivo que señalaba su novedad, no ha dejado de repetirse y, sobre todo, de enriquecerse en su contenido y sus estrategias. El nuevo ardor, los nuevos métodos y las nuevas expresiones han ido tomando cuerpo poco a poco con intuiciones sueltas que indicaban lo que realmente se pretendía con este nuevo impulso evangelizador.
Es cierto que la Iglesia es misión y que evangelizar es su vocación; pero también lo es que los modos de gestión de la misión, en ocasiones, han de reforzarse con una nueva fuerza y una creatividad mayor, si se quiere penetrar en el corazón humano y si, desde él, se quiere llegar a aquéllos que hoy parecen haberse vuelto insensibles al anuncio de la buena noticia de Jesús. Se trata, según parece, de recuperar la novedad del kerygma, para despertar la fe y hacer cristianos capaces de abrir caminos nuevos para el Evangelio en esta nueva cultura que se está olvidando de Dios y de sus raíces, y que presenta síntomas claros de dificultad para dejarse penetrar por los valores cristianos.
En el nº 2.706 de Vida Nueva.