Este físicamente diminuto diplomático fue incansable en las arduas negociaciones con los entonces Estados socialistas de Polonia, Hungría, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana. El cardenal Casaroli tuvo en él a uno de sus más valiosos colaboradores, y necesitaríamos más espacio para reseñar sus gestiones y su buen hacer, sin darse, sin embargo, la más mínima importancia, actitud no muy frecuente entre los eclesiásticos de su rango.
Consciente, no obstante, de sus muchos méritos, el 19 de abril de 1986 el Papa polaco le nombró nuncio apostólico en Italia y le confirió la responsabilidad (antes inexistente) de ocuparse también de los nombramientos episcopales en el país. Circunstancia aprovechada para proceder a una necesaria y aún no completada reorganización de las diócesis de la península, donde, una vez más, puso en evidencia su tacto y prudencia.
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En el nº 2.707 de Vida Nueva.