La gran mayoría de los ciudadanos de los países analizados —doce de la Unión Europea (Bélgica, Bulgaria, Dinamarca, Francia, Alemania, Grecia, Italia, Polonia, Portugal, España, Suecia y Reino Unido), más Suiza y Turquía— se sienten ligados a algún credo. Proporción que llega casi al 68% en el caso de la Unión Europea (UE). Nueve de cada diez griegos y polacos afirman abiertamente su pertenencia a alguna religión, casi el total de la población en el caso de los turcos. En España, el porcentaje también es alto: son creyentes siete de cada diez habitantes.
Los sociólogos Pedro González Blasco, marianista, y Fernando Vidal Fernández, laico y profesor de la Universidad Pontificia Comillas, han valorado para Vida Nueva los resultados del estudio. Blasco señala que el trabajo muestra un fenómeno curioso: “Por una parte, hay una pertenencia sin creencia, que se da en los que podríamos llamar católicos nominales, aquéllos que se definen católicos pero que, en realidad, creen poco. También se da una creencia sin pertenencia: gente que cree en Dios, pero que no pertenece a la Iglesia católica”. “Es verdad también –añade– que en España especialmente, como dice Recio, sigue influyendo la Iglesia en el orden simbólico y ético, aunque la gente se desvincula un tanto de ella. Otro autor, Amando de Miguel, también habla de que la Iglesia sigue teniendo una presencia institucional fuerte. Eso no impide que esa influencia en lo simbólico y ético coincida con una creciente secularización”.
Donde sí hay un gran consenso es en la separación entre el Estado y la religión, disociación avalada por más del 70% de la ciudadanía, que entiende ésta como una de las cuestiones centrales de la arquitectura institucional de Europa. No obstante, hay división entre quienes piensan que el Estado debe o no ayudar a las confesiones religiosas, incluso aun habiendo división entre ambos entes: la mitad de la UE está de acuerdo con el apoyo estatal a las religiones, frente a la otra mitad, que se manifiesta contraria. Los españoles —junto a escandinavos, belgas y franceses— son los que tienen una actitud menos favorable a este respecto. Igualmente, genera controversia en el continente el vínculo entre ética y religión.
Rechazo en España
Para Vidal, la presencia legítima en la vida pública de las religiones es claramente un patrón europeo. “El modelo europeo incluye la cooperación con las religiones. Y también la separación Iglesia-Estado. Pero, en este sentido, los modelos laicistas radicales no son tendencia europea. El laicismo no es la tendencia de Europa”.
En otro orden de cosas, el estudio aborda la connotación social de los ritos religiosos (bautizos, bodas, funerales…), hoy, considerados, sobre todo, una costumbre, especialmente en los países escandinavos. La mayoría de los europeos anteponen la tradición al significado de las ceremonias religiosas, si bien su vigencia está asegurada, ya que la mayoría tiene intención de seguir celebrando bautizos y matrimonios religiosos. España concuerda con la media en el caso de los bautizos –6,6 sobre 10– y se sitúa por debajo en los matrimonios –5,9 frente al 6,4 europeo–.
Rechazo al aborto
Sin embargo, las opiniones están más encontradas al abordar la eutanasia y, sobre todo, el aborto. La muerte asistida de enfermos terminales genera mayor rechazo en los países más practicantes –Polonia, Grecia y Turquía–, mientras que expresan más conformidad suizos, daneses, suecos y belgas. El caso del aborto es más controvertido: extensamente aprobado en Dinamarca y Suecia —la media es superior al 8 sobre 10—, genera gran división en la mayor parte del resto de países. Grecia, Polonia, Italia y Reino Unido, por debajo del 5 sobre 10, consideran esta conducta más inaceptable. En España, la aceptación de la eutanasia supera, con un 6,8, la media de 6,3, pero lo que divide más es el aborto, con un 5,1 (la media es de un 5,2).
Ahondando en otras conductas, prevalece la desaprobación de prácticas como las madres de alquiler, las bodas homosexuales y la adopción o concepción de hijos por estas parejas. No obstante, los españoles vuelven a desmarcarse de la media y son más condescendientes –con daneses, suecos y belgas– con el matrimonio homosexual (5,7 sobre 10 frente al 4,2 de la media) y a la descendencia entre estas parejas (5,3 frente al 3,9 europeo en el caso de la adopción y un 5,0 frente al 3,6 de la UE en el caso de tener hijos concebidos recurriendo a donantes de semen o de óvulos). “Es llamativo que los matrimonios homosexuales o la descendencia de parejas de igual sexo sean conductas mucho más aceptadas en España que en otros países europeos”, explica Blasco. Por otro lado, lo más reprobado transversalmente es el mantener relaciones sexuales fuera de la pareja, aunque es España la que ofrece una condescendencia más alta (4,3 frente al 3,4 de la media europea).
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En los países de la Unión Europea (UE), el 54,4% de los ciudadanos está de acuerdo en exteriorizar su fe mediante crucifijos, mientras que los velos y kipás son rechazados por el 52,6% y 44,2%, respectivamente. En esto, la sociedad española iguala la media de la UE: la mitad del país aprueba la exhibición de cruces, igual porcentaje que rechaza el velo. Bulgaria es el país más contrario a enseñar los símbolos, al margen de la confesión que profesen: rechaza con un 58,9% las cruces, las kipás con un 82,4% e, incluso, aún más, los velos, con un 84,3%. Franceses, alemanes, suizos, belgas y griegos también se oponen fuertemente a que las mujeres se cubran la cabeza en los centros educativos de sus países o que los judíos usen el ‘solideo’ hebreo.
En relación con este asunto, recientemente saltó a la palestra mediática la polémica de los símbolos porque una niña de un municipio de Madrid tuvo que cambiarse de instituto por usar el velo islámico debido a que las normas de su anterior centro prohibían que los alumnos se cubrieran la cabeza. “En este caso, no se trata de una inmigrante, sino de una española. Y ése es el problema: que nosotros vemos siempre como que lo cristiano es español y lo otro es extranjero, pero eso no es cierto. Lo musulmán y lo judío son también español. Luego no es un problema de derechos de los inmigrantes, sino de derechos civiles de los europeos”, abunda este sociólogo, quien, por último, incide en que el cristianismo tiene que hacer suya la causa de las otras religiones. “El reconocimiento progresivo de la diversidad religiosa favorece el papel de las religiones en la vida pública; también del cristianismo. La fe católica solamente podrá relegitimar su presencia en la vida pública con un ambicioso plan de diversidad religiosa general”, remarca el profesor de la Universidad Pontificia Comillas.
En el nº 2.707 de Vida Nueva.