En cuanto medio de comunicación también tiene sus propios mecanismos, su industria y sus correspondientes límites. Pero ciertamente, encaja a la perfección con las palabras de Benedicto XVI en su mensaje de este año, pues “permite una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”.
La música es un poderoso medio de comunicación en nuestras manos y también en las de Dios ya que, a través de ella, llega al centro vital de millones de personas, con quienes se comunica a su manera. Pocos se resisten a los encantos de la música, y Dios lo sabe. Por eso, me atrevo a pensar que, de no haberse encarnado como lo hizo, quizás Dios hubiera elegido ser música. Ambas son presencias reales, aunque no se vean y necesitan mediaciones para darse a conocer. De ahí que la inminente celebración de Pentecostés sea un momento ideal para celebrar el misterio, la belleza y la fuerza de la música: como los apóstoles en el cenáculo, los artistas cristianos se ven impulsados a expresar su fe con música; al igual que en Babel, la música llena la tierra de ritmos, estilos, géneros, lenguas y funciones diversas pero enriquecedoras… Porque la música, como el Espíritu de Dios, casi con toda seguridad ha sido en algún momento de nuestra vida luz, descanso, consuelo, tregua, brisa, aliento o gozo.
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En el nº 2.708 de Vida Nueva.