La red de Colegios Fe y Alegría, con el apoyo de Entreculturas (ONG jesuita para la educación y el desarrollo), ha querido analizar el impacto que provoca este proceso en todos los ámbitos de su vida, especialmente en la educación. El resultado ha sido Madurar sin padres, un revelador informe que ofrece una innovadora perspectiva de la migración. La encuesta abarcó a 291 estudiantes de 35 escuelas bolivianas, que viven la emigración de la madre (44%), del padre (40%) o de ambos (16%). Sus edades oscilan entre los 10 y los 14 años.
Igual que las dos caras de una moneda, la distancia de los progenitores, la vivencia en el nuevo hogar y situaciones diferentes a su historia pasada marcan el perfil de estos estudiantes. Desde una óptica negativa, el estudio muestra cómo la emigración “es un momento propicio para transgredir los derechos de los niños y adolescentes”: la violencia, la inseguridad alimentaria o el uso del tiempo son aspectos a los que se une la violación de su derecho a vivir como niño o adolescente.
En el lado positivo se encuentra que son niños y adolescentes –más cuando se trata de mujeres– con mayores niveles de autonomía y de capacidad para asumir responsabilidades. Éste es el caso de Joana, que vive con sus abuelos maternos. Su madre ha emigrado y, según sus propias palabras, “mi papá se ha perdido”. Tiene la responsabilidad de ayudar en la cocina a sus abuelos y los deberes escolares los hace por las noches. Pero también lo es de Sara que, como ella misma comenta, “(…) bueno, a mi me toca cocinar y casi todo lo que una mujer hace en el hogar: lavar, planchar y todo eso; quehaceres de la casa”.
Similar normalización se experimenta en el rendimiento académico, donde las encuestas realizadas en los Colegios de Fe y Alegría revelan que el promedio de las calificaciones de estudiantes con padres emigrantes es ligeramente inferior al general. Pero habría que puntualizar diversas salvedades, pues, a pesar de que asumen las tareas domésticas, las chicas logran destacar en la escuela, lo que evidencia que esa madurez precoz determina su comportamiento dentro y fuera de la escuela. “Ahora soy más estudiosa. Porque si él está allá es para que nosotros nos superemos”, comenta una estudiante.
En cuanto al comportamiento en clase, oscila entre la autoexclusión o la participación muy activa, llegando incluso a ser líderes de sus compañeros.
Un problema sin digerir
“Es verdad que la emigración no es un fenómeno nuevo en Bolivia, pero sí el crecimiento acelerado de los últimos años y que lo hagan mujeres solas. Las escuelas están viviendo todos estos cambios con desconcierto, tenían un modelo de familia con el que trabajaban bien y no están adaptados a la nueva situación”, explica Cristina Manzanedo para indicar que la escuela aún no ha terminado de digerir ni encontrar los mecanismos para responder a este nuevo perfil de estudiantes. Un ejemplo de ello es la respuesta que el representante de una junta escolar da sobre si se debe mantener el Día de la Madre y del Padre, cuando hay alumnos que están separados de sus progenitores: “Yo creo que deben mantenerse, ya que es una tradición de años, años y años. No hay por qué borrarlo, al contrario, en esas fechas hay que tratar de estrecharlos”.
Sin embargo, hay profesores que prestan una atención especial ante estos alumnos, se preocupan por ellos y, en ocasiones, mantienen un estrecho contacto con los padres ausentes. A juicio de Manzanedo, la elaboración de este informe es un primer paso para que la escuela asuma su papel en esta nueva situación y así “lograr una escuela que abra nuevos horizontes, que sea integradora y no exclusiva”.
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“El amor de una madre es fuerte, si presiento las cosas malas que les ocurren a mis hijos a pesar de las distancias, debe ser por ese amor, que no tiene fronteras”. Como Leonor Lucila Fernández, son muchas las bolivianas que viven en España a miles de kilómetros de sus hijos. Primero emigró su marido y, meses después, lo hizo ella, sin despedirse de su hija pequeña porque, como relata, “no hubiera podido reunir las fuerzas para marcharse”. “Hay programas en los que los concursantes están 21 días sin ver a sus seres queridos, yo ya llevo casi seis años sin poder abrazarlos”, se lamenta, animando a que todas las madres que se encuentren en su situación sigan adelante.
También la separación provoca, como refleja su propia experiencia, efectos en las madres: “He cambiado mucho mi forma de pensar. Al estar alejada de mis tres hijos, he adquirido valores importantes, no tan materiales. El dolor te hace cambiar y valorar muchas cosas, aspectos pequeños en los que antes no reparabas”.
El teléfono y, especialmente, Internet se han convertido en los medios para avivar el vínculo que le une a su familia. “A través de ellos sigo alimentándolo como una plantita, regándolo con agua. A veces exagero, prefiero no comprarme cualquier cosa y hablar con ellos. Lo que me gusta de la tecnología es que me trae a mis hijos, aunque sea su rostro y su voz”. En la actualidad está terminando un curso de formación, pero espera reencontrarse con ellos muy pronto. Ése es su sueño.
En el nº 2.709 de Vida Nueva.