Pero años antes de este curioso episodio, había tenido otra gran sorpresa, la de su propia vocación. Decidido a estudiar Arquitectura, un libro con el que el director del colegio de Salamanca en el que estudiaba –el beato Enrique Sáiz– le obsequió, Alegrías del Paraíso, acabó prendiendo en su interior la llama de la vocación religiosa.
Pero no acabaron ahí los giros inesperados. Tras terminar la Guerra, los salesianos necesitaban hermanos para que se dedicaran a la enseñanza y don Inocencio tuvo que cambiar sus planes y entrar en la Universidad para estudiar Ciencias Naturales, mientras que, durante los veranos, terminaba el Teologado y, así, su preparación al sacerdocio. De esta manera fue como orientó su carrera a la docencia, que ejerció en Guadalajara, Salamanca y Madrid, donde se jubiló y donde reside actualmente.
Como sacerdote, continúa diciendo misa todos los días a las 8 de la mañana en la parroquia. Hoy, con 100 años a sus espaldas, la sorpresa más reciente que ha recibido ha sido la fiesta-homenaje que le ofrecieron el pasado 29 de mayo en el colegio donde vive, con la presencia de muchos de sus antiguos alumnos. Al hacer balance de este último siglo, se muestra convencido de que “he llevado una vida coherente con mis principios. Todo esto me da tranquilidad de conciencia”.
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