El Año Sacerdotal culmina en Roma [este viernes 11 de junio, con una Eucaristía presidida por Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro, en el curso de la cual san Juan Mª Vianney será declarado patrono de todos los sacerdotes]. Un año rico y lleno de reflexión. También un año duro. Cascadas de noticias terribles sobre infidelidades y delitos.
En medio de tanta noticia y tanto encuentro; tanta celebración y congreso, hay dos ausencias que, en esta página, duelen especialmente: aquellas religiosas, sobre todo, que hacen posible la fidelidad de no pocos presbíteros diocesanos y aquellos presbíteros que son consagrados. Unas y otros aparecen en el Año Sacerdotal casi “a calzador”.
Miles de religiosas están realizando en nuestro mundo y en nuestra España tareas ayer confiadas a un clero abundante. Lo saben ellas, los presbiterios y los pastores. No voy a decir que no se agradece, me consta que sí, pero sí voy a decir que se silencia. El Año Sacerdotal es el año de la acción de gracias a tantas hermanas que han encontrado en el acompañamiento, cuidado y socorro de no pocos sacerdotes, el sentido fiel e íntimo de su consagración.
A su lado, muchos religiosos presbíteros están viviendo su pertenencia a la Iglesia local, sirviendo desde el Ministerio de Cristo a la comunidad. De nuevo, en el silencio de no pocos pastores y presbíteros, hay mucho agradecimiento a este ministerio coral que enriquece y motiva a la Iglesia a ser comunidad en la diversidad.
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