El encuentro se produjo apenas dos semanas antes de que este sacerdote madrileño de 42 años perdiera la vida descendiendo el Moncayo, en febrero de 2009. Ahora, un testimonio de hora y media, en boca de quienes mejor le conocieron, se postula como digno modelo sacerdotal en una época de descrédito para el colectivo.
Su recuerdo ha cobrado hoy una inusitada fuerza con La última cima. Y es que, ya sea por su bondad, su ingenuidad o por cierta desconexión de esa otra realidad que circulaba paralela a la suya, el trabajo de Cotelo nos deja la impresión –excelente impresión, eso sí– de que Pablo era “un buen cura”, incluso un gran cura, aunque dudamos que fuera el mejor para estos tiempos hostiles y descreídos.
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