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Lo último de y sobre Javierre


Fray Leopoldo protagoniza su obra póstuma y Antonio Lorca le invitó a hablar de sí mismo. Dos libros que nos desvelan el talante del Javierre sacerdote y escritor

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(Joaquín L. Ortega) Al amanecer del pasado 17 de diciembre moría José María Javierre en su Sevilla de adopción. Como era de esperar, su recuerdo público tardó poco en brotar. Dos libros le nacieron al llegar la primavera. El uno, todavía suyo. El otro, ajeno, pero sobre él. Con sólo tres semanas de diferencia ambos libros fueron presentados en Sevilla. Vayamos ahora por partes.

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La obra póstuma de Javierre supera con mucho las 500 páginas y quedó rematada en agosto de 2008. No ahorró el autor ni penas ni fatigas, hostigado ya severamente por la enfermedad. Un desafío. Beato Leopoldo de Alpandeire es su título. Ha sido el regalo del autor a este frailecillo capuchino que le tenía loco de admiración. Su beatificación, el próximo 12 de septiembre, por decreto de Benedicto XVI.

El libro encaja a la perfección en la vasta tarea hagiográfica de Javierre. Yo le tenía por “el Hagiógrafo Mayor del Reino”. ¿Cuántos santos y beatos se han beneficiado de su pluma? Papas, místicos, fundadores y fundadoras, reinas, curas y monjas y hombres y mujeres pobres de solemnidad. Cerrando esa lista, aparece ahora fray Leopoldo, prototipo del santo menudo, popular y sencillamente evangélico. Javierre se ha volcado siempre en sus criaturas literarias. En fray Leopoldo, rendidamente. Ha utilizado para él una narración punteada, nerviosa, de pinceladas cortas y vibrantes; un relato abierto a digresiones históricas o personales que, en este caso, acompañan la modesta biografía del fraile capuchino. Sin duda, el autor ha sido consciente de que estaba escribiendo su último libro. Lo ha hecho con señorío, derrochando sabiduría, pericia y buen humor.

Conviene saber que Javierre ha vivido siempre en casa de los Fernández-Palacios, juntito a la Maestranza de Sevilla. Algo de elegancia torera, diríase, que se le pegó. Por la vida y la época de fray Leopoldo (1864-1956) se ha movido como Pedro por su casa. Como lo haría Curro Romero por el albero de la Maestranza. No es un capricho este símil taurino. José María, el 30 de mayo de 1977 y en los Reales Alcázares de Sevilla, recibió el título de Hijo Adoptivo, haciendo pareja con Curro Romero. Yo fui testigo. Por eso digo ahora que con su último libro Javierre se ha ido del ruedo de las letras a hombros y por la puerta grande.

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El segundo libro en cuestión se titula José María Javierre. La sonrisa seductora de la Iglesia (Ediciones Sígueme). Su autor, el periodista sevillano Antonio Lorca, se las ha ingeniado para verter en 398 páginas la vida y milagros de José María, sus andanzas, aventuras, ocurrencias y creaciones literarias. Lo ha hecho con sagacidad y con método, que no es poco tratándose de Javierre. Así, el libro viene a ser una “biografía narrada” por el propio protagonista, acosado por las preguntas del periodista. El resultado, notable. Así, José María ha desvelado episodios singulares de su vida larga, azarosa y multicolor. Este Javierre es, en gran medida, la historia “del cura Javierre” en, por y para Sevilla, el tramo existencial más dilatado de su polifacética vida. Lorca ha sabido exprimir esa opulenta naranja, abarcando también otras latitudes de la vida del biografiado.

En fin, unas “memorias habladas” que son fruto de dos años de conversaciones, cara a cara, interrumpidas de vez en cuando por las inconveniencias de la enfermedad. Javierre fue un hombre de espíritu abierto y de dimensión universal tanto en lo literario como en lo social o eclesial. El libro de Lorca se cierra con un buen ramillete de testimonios sobre Javierre de personajes y amigos. Testimonios que necesariamente resultan “variaciones sobre un mismo tema”, pero que componen una corona de laurel para el “seductor cura Javierre”. En resumidas cuentas, un buen libro que no tendría que ser el último sobre José María Javierre.

En el nº 2.715 de Vida Nueva.

Actualizado
09/07/2010 | 08:34
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