Un libro de Albert Nolan (Sal Terrae, 2010). La recensión es de Alfonso Novo.
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Esperanza en una época de desesperanza. Y otros textos esenciales
Autor: Albert Nolan
Editorial: Sal Terrae
Ciudad: Santander
Páginas: 208
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(Alfonso Novo) Albert Nolan es un decidido defensor de la teología contextual. O, por mejor decir, de la concienciación de la contextualidad de toda teología. La contextualidad no es un invento de las llamadas “teologías de genitivo” (como la Teología de la Liberación, la Africana, la Negra o la Feminista), ya que la teología académica también merece sus genitivos, aunque no sea consciente de ellos: es, entre otras cosas, blanca, europea y patriarcal. Eso no la priva de valor, pero es necesario tomar conciencia de su lugar histórico para no absolutizarla. Ésta es la idea central de uno de los 15 ensayos que forman esta recopilación (“El arte de enseñar teología”), pero aletea, con mayor o menor fuerza, en todos los demás. El mismo título del libro, tomado del primero de ellos, hace hincapié en ese carácter circunstancial, al contextualizar el discurso de la esperanza en la época actual.
La compilación es, como reconoce el propio autor, heterogénea y variada, por el contenido y por el estilo, pues, si bien predominan los escritos académicos, se ha incluido también alguna homilía. Además, los artículos recogidos aquí abarcan un período de 25 años. Por ello, algunos han perdido la actualidad inmediata de la circunstancia histórica que los vio nacer. A pesar de ello, siguen vigentes muchas de sus enjundiosas reflexiones acerca de la reconciliación, del pecado, de la justicia o de la liberación, entre otros temas.
Dado el carácter tan variado de los 15 capítulos, cuya unidad estructural parece un poco forzada por su agrupación, un tanto arbitraria, en cuatro partes, es difícil señalar una línea argumental unitaria. En lugar de eso, me permito recomendar un par de capítulos. En “El servicio a los pobres y el crecimiento espiritual”, se contempla el compromiso con los pobres dentro de la dinámica del proceso espiritual, dividido en cuatro etapas. La primera está caracterizada por la compasión, que puede llevar a la acción asistencial. La segunda comienza con el descubrimiento de que la pobreza es un problema estructural (algo que aparece más desarrollado en el último artículo: “Las estructuras de pecado”), y aquí surge la ira, mas una ira que no brota del odio, sino del amor: al compadecer a los que sufren, el corazón se enoja contra quienes les hacen sufrir. Con todo, esta ira no excluye del amor a los causantes de la injusticia, pues también para los opresores renunciar a la opresión es salvación. Esta ira es afín a la idea bíblica de la ira de Dios, desarrollada en otro de los artículos (“El espíritu de los profetas”). La tercera etapa nace del descubrimiento de que los pobres tienen que salvarse ellos mismos. La última etapa comienza con el descubrimiento desengañado de que los pobres tampoco son perfectos: más allá de la idealización, es necesario llegar a la solidaridad real. Insistiendo en el problema de la injusticia estructural, “Tomar partido” señala con perspicacia la falacia conciliadora que pretende resolver los conflictos escuchando a las dos partes. Por muy cristiano que esto parezca, el argumento parece ignorar que existen “conflictos en los que una de las partes es injusta y oprime, y la otra es víctima de injusticia y opresión”. La tarea de los cristianos no consiste en reconciliar el bien y el mal, sino en eliminar la injusticia y el pecado. La neutralidad ante la opresión equivale, aun sin quererlo, a tomar partido por los opresores.
Como se ve, estas reflexiones, aunque expresadas originariamente en el marco histórico de la discriminación racial de Sudáfrica (Nolan es un sudafricano de origen europeo que combatió el apartheid), conservan una validez perfectamente aplicable a otros escenarios de injusticia y opresión.
En el nº 2.716 de Vida Nueva.