“No es una formación para viajar, sino para ser misioneros”, aclara el delegado, José Joaquín Tárrega, para indicar que la posibilidad que se ofrece de vivir esta experiencia de primera mano durante julio y agosto es totalmente opcional. De los participantes, sólo tres se encuentran en México con los javerianos, mientras que otro acompañará en agosto a los misioneros diocesanos que trabajan en Guatemala.
“Nuestra principal finalidad es descubrir y profundizar en el propio ser misionero de cada uno, a través del encuentro con Jesús, con el grupo-comunidad y con la realidad de las otras iglesias-culturas que acogerán a los que vayan”, añade Tárrega. Pero, junto a la profundización en distintos conocimientos y un momento de oración, estas tardes de domingo se convirtieron en una oportunidad excepcional para la comunión entre los asistentes y sus formadores.
“Aunque no implique un cambio radical, porque estos jóvenes son personas de fe, por lo menos hablarán de la misión no como algo teórico, sino como algo vivencial. Eso se notará en su estilo de vida”, explica Antxon Serrano, uno de los misioneros encargados de la formación. Por esa razón, este proyecto también estaba dirigido a quienes no han podido ir este año de misiones.
Cambiar el chip
Juan Manuel Talavera, quien también está viviendo esta ‘experiencia mexicana’, espera que, escuchando los sentimientos, deseos, frustraciones, esperanzas y sueños de la comunidad indígena pueda ayudar a que se curen las heridas que anclan sus almas.
Según José Joaquín Tárrega, la Diócesis de Albacete tiene pensado volver a convocar este curso el próximo año. En esta ocasión, habrá un grupo de iniciación y otro de profundización. Gracias a él, Anabel Ballesteros, Juan Manuel Talavera y otros compañeros podrán recordar cómo aquel verano marcó sus vidas.
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