Así, recuerdo con nostalgia un verano en las costas italianas, otro en el centro de Europa, tres más en las playas cubanas, a pesar de la revolución, y los pasados, desde Kuwait, en las arenas de los otros emiratos del Golfo Arábigo.
Cuando regresé a España, disfruté de meses de estío a las orillas del Cantábrico, en Santander, y ahora, ya jubilado, mis días de verano se han vuelto secos y castellanos: Ávila, con sus maravillosas murallas, contra mis playas juveniles mediterráneas.
Los veraneos, durante la “tercera edad”, que es la situación en la que me encuentro, resultan una ocasión propicia para volver a encontrar parientes y amigos, para leer y meditar libros de espiritualidad, grandes novelas e historias, repasando también álbumes de fotos, hojeando algún papel antiguo personal, recuperando una parte del propio pasado.
Para todos los que tenemos fe y de ella vivimos, las fiestas católicas de los meses de estío (San Juan, Virgen del Carmen, Santiago Apóstol, Patronos y Patronas de los pueblos y ciudades pequeñas…), resultan, a la vez, entrañablemente populares y profundamente espirituales.
Su lema “espiritualidad, apostolado y amistad” nos indica ya que su deseo es invitarnos a vivir en plenitud esta nueva etapa a través de un encuentro con nuestros hermanos en la “Tercera y Cuarta Edad”, con quienes se dialoga, se comparten vivencias, reflexión espiritual y, todo ello, dentro de una amistad cristiana que ayuda al crecimiento personal y a la apertura a una etapa vital, no especialmente fácil.
Además, hay una luz permanente en la senectud que da a los creyentes un misterioso valor para su tránsito: la Cruz de Cristo convertida en lámpara del Universo.
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