“Esta realidad no nos pasa desapercibida, pero las circunstancias concretas todavía están por encima de las mejores expectativas que la Iglesia católica pueda ofrecer”, asegura a Vida Nueva el padre dominico Emilio Martínez Fernández, destinado en el país nipón desde hace más de 21 años. “El número de católicos en Japón no es comparable al de países de tradición católica, ya sea en Europa o América. Esto provoca que, a veces, no sea posible llegar a todas las esferas y estamentos que uno quisiera”, sentencia Emilio.
El estudio de Cáritas Japón comprendía un cuestionario en el que, entre otras cosas, se preguntaba si el suicidio debería ser considerado un pecado: en las conclusiones se recoge que el 31% dijeron que sí, mientras el 17% opinaron que no y un alarmante 45% se mantuvieron indecisos.
Enseñanzas poco claras
En este sentido, el obispo apela a toda la comunidad de católicos japoneses “para ofrecer servicios funerarios y oración por los fallecidos, que necesitan la misericordia y el perdón de Dios, así como para los familiares, que necesitan ayuda y ánimo”. Algunos participantes en el sondeo de Cáritas, sin embargo, aseguran que fueron incapaces de conseguir funerales católicos para sus seres queridos que habían cometido suicidio. Algunos experimentaron un trato gélido por parte de los responsables católicos, lo que indica que aún son necesarias grandes mejoras en la forma en la que la Iglesia se enfrenta a este problema.
“No creo que el mensaje falle. Lo que ocurre es que dentro del marco de las grandes religiones que han polarizado Japón durante siglos, el cristianismo aún no ha podido profundizar suficientemente en la sociedad japonesa”, considera el Padre Emilio.
En opinión del religioso dominico, “tomar el suicidio como un modelo nuevo de misión dentro de Asia para el siglo XXI es bastante difícil, no digo que imposible. La situación es muy particular dentro de Japón, porque no se corresponde con el resto de los países asiáticos. Quizá esta problemática puede servir y ayudar para que la Iglesia católica se adentre en la sociedad japonesa y logre ayudar a ver y entender que Jesús sigue siendo Vida para todos”, concluye Emilio.
Más allá de la impunidad sociocultural, existen otras causas, como la creciente tasa de desempleo, la depresión consiguiente o la elevada presión social a la que se enfrentan los ciudadanos de una sociedad considerablemente hermética, exigente, jerarquizada. Y donde no es extraño conocer el caso de alguna persona que muere exhausta debido a la excesiva sobrecarga de trabajo (karoshi). De hecho, hace poco un tribunal de Kioto declaraba culpables a los directivos de una empresa por la muerte de un joven de 24 años que, tras haber trabajado una media de 112 horas extra al mes durante cuatro meses, murió súbitamente de un ataque al corazón mientras dormía. Un total de 1.576 personas murieron a causa del karoshi entre 2004 y 2008.
Entre los métodos más utilizados, el más habitual es el de arrojarse a las vías del metro. De hecho, más de 35.000 trenes se ven obligados a retrasar sus operaciones por intentos de suicidio al cabo del año. Tanto es así que ya se han instalado barreras entre las vías y los andenes en varias estaciones, además de botones de emergencia para que si alguien es testigo de un intento de suicidio, lo pulse inmediatamente para que el tren se detenga.
Ante esta perspectiva, el Gobierno japonés ha reconocido que disminuir la tasa de suicidios es una de sus prioridades (quieren reducirlo en más del 20% antes de 2016).
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Tal es el caso de Akiyama (prefiere preservar su identidad bajo un pseudónimo), un hombre de 46 años que, tras ser despedido de su trabajo en una fábrica de manufacturas, pensó que nada más en la vida tenía sentido. “Desapareció por completo mi deseo de vivir”, asegura Akiyama. Un año después de su desesperado intento, Akiyama está realizando una labor de voluntariado que poco a poco le está ayudando a recuperar la confianza en sí mismo. Todavía no ha podido encontrar un trabajo estable y se siente avergonzado de verse tentado por volver a intentarlo. “Intento no pensar en ello, pero no puedo decir nunca. De momento, el deseo de vivir es más fuerte que el de morir”.
En el nº 2.717 de Vida Nueva.