Al obispo responsable de la pastoral con inmigrantes le apena ver cómo Francia “puede perder la estima en la que la tenían los exiliados, los refugiados, los inmigrantes del mundo entero…”, pero también expresa su inquietud por que pueda “tener un efecto expansivo, favorecido por las actuales leyes de inmigración, hospitalidad y de asilo, que son notablemente más restrictivas de lo que lo han sido en otros tiempos en Europa”. Las expulsiones masivas son, en su opinión, “un signo de una actitud drástica frente a una situación que plantea sus problemas y dificultades, como, por otra parte, ha planteado siempre la existencia de una población extraña, diferente en otro país”. Por ello, Sánchez apuesta, más que por políticas coercitivas, por “buscar soluciones”.
Aunque el Gobierno francés asegura que las repatriaciones están siendo mayoritariamente voluntarias –incentivadas por unos cientos de euros y por veladas amenazas–, la escalada verbal del propio jefe del Estado francés, Nicolás Sarkozy, y sus ministros, así como el hecho de que el 90% de los repatriados sean de la etnia gitana, preocupa a los defensores de los derechos humanos. De un total de 8.030 personas, 1.291 fueron “obligadas” a regresar a sus países y 6.739 lo hicieron “voluntariamente” en 27 vuelos “especialmente contratados” para ellos, según el ministro de Inmigración e Identidad Nacional galo.
“Barbaridad”
En la misma línea apunta Benjamín Cabaleiro, de la Fundación Secretariado Gitano, quien no duda en calificar de “barbaridad” el hecho de “criminalizar a toda la comunidad gitana por lo que puedan haber hecho algunos que viven en zonas marginadas”. Para el portavoz de esta institución, “no se puede equiparar el ser gitano extranjero con la delincuencia. Por supuesto que las leyes y normas con que se dotan las sociedades están para ser cumplidas, y quienes las infringen deben ser condenados o expulsados, según la legislación, pero en ningún caso se puede juzgar la pertenencia a una determinada etnia”.
Con respecto a la comunidad gitana, el obispo de Sigüenza–Guadalajara reconoce que “en 50 años, la Iglesia en España puede que haya hecho un avance mayor que en los cinco siglos que llevan los gitanos entre nosotros. Faltaba una pastoral específica, aunque se decía que las iglesias y los servicios estaban abiertos a ellos”. Y añade: “Es verdad que son nacionales, pero pertenecen a otra raza, tienen su cultura, sus ritos, sus expresiones y sus costumbres. Y debemos entrar ahí para plantear una pastoral eficaz y realista. Es el mismo problema que la Pastoral de Migraciones. Una cosa es estar abierto y otra, que ellos se sientan acogidos, interpelados e invitados en su propia cultura e idioma. Los hemos considerado objetos de nuestra caridad y nuestros servicios sociales, cuando la pastoral es más que eso”, explica José Sánchez. Sin embargo, como ha reconocido el prelado, “falta mucho para que los gitanos se sientan tan miembros de la Iglesia como los que no somos de esa etnia, pero creo que es un momento esperanzador”.
La comunidad gitana de España mantiene cierta distancia con sus homólogos llegados de otras nacionalidades. Aunque no con todos, más bien con aquellos que persisten en una serie de hábitos superados, como la consideración de la mendicidad como un trabajo más, y les recuerdan un pasado del que les ha costado mucho alejarse. “Casi hemos desterrado las infraviviendas y conseguido la escolarización de todos los menores”, admite este sacerdote granadino. Sólo el 4% de los 650.000 romaníes de España vive en asentamientos insalubres, porcentaje que asciende al 12% si se cuentan los hogares deteriorados en altura, según el Secretariado Gitano.
“Agentes a evangelizar”
“Del mismo modo que los misioneros han sabido adaptar las celebraciones a las comunidades donde se encuentran o los que trabajan con niños hacen también su esfuerzo para conectar con ellos, también nosotros debemos adaptarnos a los sentimientos gitanos. Y no por ello se ha de perder lo sagrado”, concluye Heredia, quien sueña con que la comunidad cristiana descubra que “todos tenemos derecho a vivir con dignidad” y sea capaz de “conocer mejor la cultura de los otros”.
En el nº 2.720 de Vida Nueva.
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