La mía es una historia que no llamará la atención, porque es la historia de un niño como muchos otros, que llegó un día a casa, a sus 11 añitos, y se enteró de que sus padres se separaban, justo cuando había hecho un cursillo vocacional y estaba decidido a irse al aspirantado de Arévalo… En fin, no fue siempre fácil, pero fueron años muy bonitos donde me sentí muy querido por todos los salesianos que nos cuidaban en la Formación. Fue entonces cuando el deseo de partir a otras tierras y estar siempre disponible para los jóvenes más necesitados arraigó con fuerza. Escribí a los Superiores en Roma pidiéndoles que me dejasen ser misionero ¡cuando tenía 13 años! Y el entonces consejero mundial para las Misiones Salesianas, don Luc Van Looy, me escribió postales desde distintos lugares del mundo.
Cuando don Pedro me ofreció ir a estudiar a un país de misión, le dije que sí enseguida. Tenía yo 22 años y veía cumplido el sueño de mi vida, aunque me iba a costar dejar a mi padre solo. No podía ser sólo mi decisión, debía ser la suya también, y, una vez más, no me falló: “Es tu vida, Miguel Ángel. Yo sólo puedo estar feliz si crees que ése es el plan de Dios para ti. Yo soy como Abraham, nada más”. Así comenzó un año largo de preparaciones: cursillo misionero en Roma, inglés en Irlanda, discernimiento de mi destino como misionero… Fue don Odorico quien me informó en Roma de que mi obediencia a China –con la que siempre había soñado– estaba confirmada, pero que a él le gustaría más “si pudieses ser parte del equipo pionero en Pakistán, porque estoy convencido de que la tuya una auténtica vocación misionera y te necesito en ese país”.
Aquello era un cambio total de planes para mí. Cuando don Odorico me lo propuso, me fui a la capilla de la Casa General, donde hay una imagen inmensa de Cristo en la Cruz. Allí le vi tan obediente al Padre, sumiso a Su voluntad, con la cabeza agachada, llevando sobre sí tanto peso… y me dije que quién era yo para “elegir destino”. Volví al despacho y me comprometí con esta misión, en la estoy ya en mi noveno año.
En estos días de inundaciones y catástrofes para el país, nosotros enseñamos a nuestros jóvenes en el Don Bosco Technical Centre que hay que ayudar a los que nos necesitan, independientemente de cuál sea su fe o de lo que nos hayan hecho. Y los chicos están convencidos de que es así. Por eso salimos esta noche hacia Hyderabad con 30 jóvenes voluntarios cristianos para repartir bolsas de comida que ellos mismos van a preparar y distribuir donde nos diga el Ejército. Justo en estos días nos enteramos por Cáritas de que las principales ONG islámicas del país están denegando la ayuda a los no musulmanes porque los fondos que usan provienen de un impuesto llamado ‘Zakat’, que se deduce anualmente de cada cuenta bancaria de los musulmanes. Además, en muchas partes los funcionarios del Gobierno están denegando la emisión de nuevos carnés de identidad a los no musulmanes para que no tengan acceso a la ayuda que están donando nuestros países. A uno le consume la rabia de ver cómo la fe de una población es manipulada hasta estos puntos. Nosotros hemos de enseñar a nuestros jóvenes que somos buenos cristianos ayudando a cualquier ser humano necesitado. El concepto de la “persona humana” es una contribución de la filosofía cristiana en Occidente y no podemos dejar de ser humanos como reacción a la violencia y el sinsentido que nos rodea.
Por eso afirmo que la tensión de vivir la fe bajo una amenaza explícita como el islam radical es mucho mas fácil que enfrentarse al ataque feroz a la fe en Occidente. Lo mío aquí no tiene mérito… Vosotros y los que trabajáis para mantener la fe viva en mi querida España sois los que os merecéis nuestra admiración. Que nuestros cristianos, especialmente los jóvenes, puedan encontrar siempre un testimonio de vida, una Vida Nueva en vosotros allí, cuando sean amenazados por llevar una cruz, rechazados en derechos fundamentales por no ser musulmanes o perseguidos por anunciar a Cristo.
En el nº 2.720 de Vida Nueva.