No se contentó con llevar la “vida tranquila” que implicaba aceptar la situación del Archivo Eclesiástico de Vizcaya, muy utilizado pero, por diversas circunstancias, en período de mantenimiento, y optó por ir más allá: “Ganar credibilidad dentro y fuera, buscar financiación, conseguir un equipo profesional y emprender proyectos nuevos… sin tregua alguna”. Si esto implicó mucho esfuerzo, también lo supuso el superar tópicos. “Desde luego que a propios y extraños les sorprendía que una mujer, laica y joven –tenía 31 años– dirigiera un archivo eclesiástico…”, señala, e indica que todavía hay quien pregunta: “¿Dónde está el cura?”.
Anabella asegura que el trabajo de archivo es siempre vivo, igual que los documentos; si ya no tienen el valor primero para el que se crearon, pueden tenerlo histórico. “Los documentos sólo hablan cuando alguien les pregunta algo o busca en ellos”. El inevitable expurgo es una “selección documental”, ya que, según se determine, los documentos se guardarán un año, cinco, 30 o toda la vida.
Desde hace algunos años, Anabella y su equipo, del que está tan orgullosa, vienen preparando un proyecto puntero, el Centro Icaro: “Significa ‘Investigación, Conocimiento, Archivo en Red Organizada’. Quiere ser un centro de conocimiento avanzado de la historia, donde se pongan en valor todos los documentos, haciéndolos accesibles virtual y físicamente a todo tipo de público”.
Más información en el nº 2.721 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, vea la entrevista completa aquí.