Uno de los pocos de los que se tiene noticia fue el Comentario al Apocalipsis de San Juan del Beato de Liébana, monje cántabro del siglo VIII que vivió, probablemente, en Santo Toribio de Liébana, entonces bajo la advocación de san Martín, como recuerda el catedrático de la Universidad de León, Maurilio Pérez González. Escrita en 776, la famosa obra defendía que el fin del mundo era inminente. Y aunque el Beato fue también autor de un himno litúrgico a su contemporáneo rey Mauregato, en el que introduce la idea del apóstol Santiago como cabeza de España, fue conocido para la posteridad, especialmente en los siglos IX, X y XI, por ese Comentario, obra copiada, ilustrada y muy leída en los monasterios leoneses y castellanos. Estos manuscritos, bautizados genéricamente como beatos, son muy apreciados por sus miniaturas, verdaderas obras maestras del arte románico. Del original no ha quedado ejemplar alguno, sí de sus copias.
“Se conservan unos treinta beatos que se elaboraron entre los siglos X y XII, aunque dos de ellos pertenecen ya al siglo XIII. Además, se han encontrado numerosos fragmentos, de los que el más famoso y, probablemente, el más antiguo, es el de Nájera, que contiene una ilustración y se conserva en el monasterio de Santo Domingo de Silos”, explica Pérez González. “Aunque –añade– hay también fragmentos en el Archivo Histórico Provincial de León, en el de Zamora y en el de la Real Chancillería de Valladolid. Y siguen apareciendo nuevos restos. Tal vez porque el aprecio general por los beatos miniados se halla en su momento más álgido”. El “más importante” para Pérez González es el Beato de San Miguel de Escalada, ilustrado por el prebístero Magio en 926, y también conocido como Beato Morgan o Thompsoniano, como se le denomina en EE UU, en honor al coleccionista Henry Yates Thompson, quién se lo vendió en 1919 a la Pierpont Morgan Library de Nueva York. Y que, reiteradamente, niega cualquier préstamo a España –en León se exhibe una valiosa edición facsimilar procedente del Monasterio de Santa María la Real de Gradefes (León)–, incluso ahora que la institución norteamericana afirma que de “la lectura de un párrafo dañado” puede deducirse que ha sido escrito en San Salvador de Tábara (Zamora), en vez de en San Miguel de la Escalada (León).
Año de temores
En esta segunda parte se exhiben vajillas de cerámica altomedieval leonesa, un fragmento de pizarra procedente de Fuente Encalada (Zamora) con un pasaje de La Pasión de san Bartolomé inscrito y el sudario de san Pelayo. La capital había pasado de Oviedo a León, más cerca de la frontera musulmana. Aunque fue estrictamente el primogénito de Alfonso III, García I, después de alzarse en armas contra su padre, el primero de los reyes leoneses. Su sucesor, su hermano Ordoño II, quien confirmó el cambio definitivo de capitalidad, no sólo fue aclamado rey en León por todos los magnates, obispos, abades, condes y principales, sino que en la ceremonia, descrita en el Antifonario mozárabe de la Catedral de León, es, además, coronado y ungido. Rey e Iglesia, de este modo, se fundían ante la “restauración” que se estaba emprendiendo. “La exposición quiere recordar los difíciles orígenes del Reino con todos sus claroscuros, como son las luchas fraticidas por unificar los reinos, el conflicto con Al-Andalus y el desarrollo de las instituciones eclesiásticas donde se elaboraron muchos de los beatos”, añade Soledad López. Este desarrollo de las instituciones eclesiásticas se observa en el tercer apartado, Iglesia y Monasterio en el Reino.
Juan Pedro Aparicio, comisario de la Conmemoración del 1100 aniversario del Reino de León, cita al maestro Gómez Moreno para afirmar que “el mozárabe, él lo bautizó así, era el arte más singular de la arquitectura española. Hoy se discute esa denominación, no para llamarlo leonés, sino arte de la Repoblación, como si dijéramos arte del siglo X o de principios del XI”. De este arte, nacido en monasterios, basílicas e iglesias del Reino de León, hay suficientes muestras: capiteles de Nava de los Caballeros, Sahagún, Hornija, San Miguel de Escalada, Tábara y Ayóo de Vidriales, junto a otros elementos arquitectónicos como los modillones y bajorrelieves de San Cebrián de Mazote (Valladolid), las estelas de San Miguel de Escalada o las celosías de Cañizal (Zamora) y Villarmún (León). También se exhiben piezas de metalistería árabe (jarritas) y visigóticas, además de objetos litúrgicos de gran calidad (cálices, pátinas, cruces), a los que ponen colofón un último apartado, el quinto, dedicado al ‘Camino de Santiago’, con el Tumbo A de la Catedral compostelana o el báculo del obispo Pelayo.
En el nº 2.723 de Vida Nueva.