Por ejemplo, acaba de celebrar el 30º aniversario de su primer y particular ‘París-Dakar’. En enero de 1980 Antonio Molina se embarcó en un Citröen 3 CV en Bruselas, llegó a Almería, cruzó en ferry hasta Melilla, y atravesó Marruecos, Argelia y Níger para llegar a Burkina Faso, después de 8.000 kilómetros y cerca de tres semanas por el desierto. Todo para llevar el coche a sus compañeros de misión, que lo necesitaban para atender a las comunidades encomendadas en aquellas tierras. Como no estaba conforme, tres años después repitió experiencia con un Cuatro Latas, un Renault 4.
Burkina Faso ha sido el gran amor africano de Antonio, dos décadas de trabajo en las que hizo de todo: vicario y párroco en una zona paupérrima del Sahel, director del Centro de Formación de Animadores de Comunidades Rurales y profesor-formador en el Seminario Diocesano de Dédugu. Antes de Burkina, fue Mozambique, país en el que le tocó lidiar con la formación de los futuros sacerdotes. Después vendrían Brasil y Bélgica. De vuelta a España, la capellanía de Ayuda a la Iglesia Necesitada hasta su jubilación, y ahora “sigo anunciando el Evangelio sobre los tejados, con los programas de radio”, relata.
Pero más allá de los hechos está el pensamiento de este religioso, sobre todo cuando se refiere a la misión: “Ante cualquier situación humana me preguntaba: ‘Si Jesús estuviera aquí y ahora, ¿qué actitud asumiría?’”. Y aquí, en ese explicitar el mensaje de Jesús, reconoce que “tanto cuidado institucional con guardar el prestigio y ¡zas!, de pronto tiran de la manta y se descubre un montón de estiércol… Pero, a pesar de tanta miseria humana, creo en la esperanza. Soy de los optimistas, porque Dios, antes o después, se saldrá con la suya”.
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