La historia de un escritor, dice Roland Barthes, es la historia de un tema y sus variaciones: la culpa en Dostoyevski, el juicio en Kafka, la aventura en Hemingway, el laberinto en Borges. En Vargas Llosa ese tema, al igual que en su admirado Flaubert, es la libertad. O, como alguna vez ha escrito Seymour Merton, avistando esa libertad desde otro ángulo: la guerra contra el fanatismo. El Nobel le ha llegado, precisamente, “por su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”, según la Academia Sueca. Definición breve y catódica de una obra amplia, absorbente, ecléctica.
Cueto está de acuerdo: “Es el gran escritor contemporáneo de los maleficios del poder. Nadie ha explorado con más minuciosidad y potencia la atmósfera que rodea a los dictadores y los autoritarios del mundo. Nadie ha mostrado los extremos de humillación a los que llegan quienes se someten a los poderosos. Y nadie ha descrito como él la tensión que impulsa al rebelde, al insurgente, al contestatario frente al poder. Y no es casual. Como la de los rebeldes que describe, su vida estuvo siempre signada por el movimiento”. Eso es: un no detenerse nunca ante nada ni nadie. Su literatura y su vida son una constante toma de conciencia del individuo frente a la colectividad.
El poderoso, según Vargas Llosa, es un creador. Y como tal juega a ser dios. Por eso, la literatura es la historia de un deicidio. Desde las más literarias, como La casa verde (1965), a las más ensayísticas, como El paraíso en la otra esquina (2006), sus novelas son una llamada a la toma de conciencia y a la acción. Por eso es indispensable entenderle y leerle, por ejemplo en su opúsculo titulado Breve discurso sobre la Cultura: “La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía, y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y la frivolidad, sin riesgo de desintegrarse”.
En cierta manera, Vargas Llosa responde a su propia definición de intelectual: “Un escritor puede ser un hombre radical o conservador, pero lo que está obligado a ser siempre es intelectualmente íntegro, y no incurrir en el estereotipo, en el cliché o en la pura mentira retórica para conseguir el aplauso de un auditorio”. Contra viento y marea –título de una de sus colecciones de artículos–, el escritor ha ido construyendo su discurso liberal, fundado en lo que García Márquez llamó una vez el “incentivo ético”, es decir, el que le obliga a ir más allá de la prudencia y de la cautela de un escritor consagrado.
Agnosticismo
Ya en los años 70, Vargas Llosa se describió como “escéptico, ecléctico y agnóstico”. Definición de un modo de ser y de pensar política, social y religiosamente que le lleva a estar con todos y no estar con nadie. De ahí sus cercanías a parámetros ideológicos de derecha, pero también con otros de la izquierda –defensa de las parejas homosexuales, por ejemplo–, que le ha costado enemigos fervientes a uno y otro lado de la militancia. Es cierto, como identifica J. J. Armas Marcelo en El vicio de escribir, que “las relaciones de MVLL, como persona y como escritor, con la Iglesia católica (e, incluso, con otras religiones o movimientos religiosos o mesiánicos), tienen un sombreado de ironía, una caracterización que el novelista –consciente o inconscientemente– ha dejado dibujado en cuanto clérigo aparece en sus relatos.
Y esa característica posee además dotes frenéticas de los seres arrebatados por la divinidad”. Agnosticismo temprano que le llegó como una rebeldía adolescente, insertado siempre en la libertad del individuo frente a cualquier colectivo. En este sentido, cada nuevo libro es la búsqueda de un reflejo de sí mismo en el espejo de la historia. Es lo que ocurre con Roger David Casement, diplomático británico que comulgó con la causa irlandesa y denunció las atrocidades en el Congo Belga, protagonista de El sueño del celta, la novela que publicará en unas semanas. La novela de todo un Premio Nobel. El décimo de habla hispana.
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En el nº 2.725 de Vida Nueva.