“Dios actúa por medio del hombre y la mujer”, hechos “a su imagen y semejanza”, y de su inteligencia, recordó Duarte en su homilía, al tiempo que invitó a confiar en la justicia divina y a agradecerle al Señor que haya atendido las súplicas de sus hijos. Asimismo, alabó el ejemplo de fortaleza, de solidaridad, de unidad y de ganas de vivir de los mineros y de las familias, para subrayar que “la familia es el mejor lugar para nacer, para crecer, para envejecer y para morir”. En este sentido, insistió en la importancia de que los familiares permanecieran en el campamento durante todo el tiempo que duró el encierro de sus maridos, hijos o hermanos en el yacimiento. El agradecimiento se dirigió de manera especial a las madres y las abuelas, “columna vertebral” del país.
El prelado claretiano también tuvo palabras de reconocimiento para la labor de los medios de comunicación, que transmitieron al mundo todo lo sucedido en tan desgraciado accidente y su feliz culminación. Aunque también quiso acordarse de “quienes no salen en la tele, y que nunca saldrán, a los que nadie quiere entrevistar”, a todas esas personas anónimas que montaron el campamento, a los que compartieron su tiempo con las familias de los mineros y a cuantos vinieron de dentro y fuera del país para prestar su apoyo.
Concluida la eucaristía, también la Iglesia evangélica celebró un acto de Acción de Gracias en el que algunos mineros testimoniaron sus dificultades para mantener viva la esperanza bajo tierra. Todos ellos coincidieron, sin embargo, en que la fe les hizo sobreponerse y luchar por sobrevivir y volver al lado de sus seres queridos.
En el nº 2.726 de Vida Nueva.