Kinja Solange fue una de las nueve chicas secuestradas en aquella incursión y es una de las 200.000 jóvenes violadas en la República Democrática del Congo (RDC) desde 1998, el país donde, según Médicos sin Fronteras, se registran el 75% de los casos de violación a nivel mundial. Leer su testimonio estremece mucho menos que oírselo contar en persona. Cuando el P. Donato la conoció, probablemente sintió lo mismo que cuando supo de otros casos, en 2006, recién llegado a su Congo natal tras cuatro años estudiando Teología en España. A su regreso, este misionero javeriano se encontró con un fenómeno nunca visto: niñas obligadas a prostituirse, niñas que habían sido secuestradas como trofeo y repudiadas por sus familias; las que tenían más suerte, las que pudieron escapar de la muerte, acababan alojadas en ‘casas de tolerancia’ a cambio de vender su cuerpo, cobrándole menos al cliente si querían que éste se pusiera condón.
Cuatro años después, la casa de acogida Tumaini ni uzima (‘Sin esperanza no hay vida’) es una alternativa a la explotación sexual para las chicas de Bukavu; una tirita en un cuerpo plagado de heridas, pero una auténtica tabla de salvación para algunas y la constatación para las demás de que hay una salida. El paraguas que la sostiene es África Tumaini, una pequeña asociación sin ánimo de lucro afincada en Madrid, impulsada por el P. Donato. Su presidenta, Cándida Leal, recibe a Vida Nueva el 1 de octubre, el mismo día en que se hace público en Ginebra el informe de Naciones Unidas sobre los crímenes en RDC, y que documenta 671 casos de delitos graves acaecidos entre marzo de 1993 y junio de 2003. A Ruanda no le ha gustado nada el informe, porque sugiere que ha cometido un genocidio en el Congo. Pero Cándida está encantada. Ella es miembro de los Comités de Solidaridad con África–Umoya y cuenta mil entresijos sobre cosas “de las que nunca se informa” porque a muchos países poderosos “no les interesa”. Entre todas las revelaciones, sólo una, referida al fenómeno de las violaciones: “Parece ser que se da mucho dinero para arreglar esto, pero yo creo que no se está haciendo nada, porque hay que ir a la raíz de la cuestión”, denuncia enérgica.
“Desde 1998, las violaciones han sido utilizadas para humillar al pueblo congoleño”, lamenta el P. Donato. Como le ocurrió a Regina Bisimwa, una madre de familia que vivía con su marido y sus dos hijos. “Un día, mientras dormían –narra el religioso–, entraron los interahamwe [ex militares ruandeses] y mataron a su marido de un bastonazo en la nuca. Después violaron a la mujer ante sus niños. Quisieron matar a los chavales, pero la madre suplicó entre lágrimas, así que los echaron a la calle y a ella se la llevaron a la selva. Cuando consiguió escaparse, estaba embarazada. Dio a luz a dos gemelitas muy majas, pero no sabía qué hacer con ellas, porque, además, le recordaban todo lo pasado. Así que había decidido llevarlas a Ruanda y abandonarlas en la frontera…”.
‘Oficinas de escucha’
Cándida aplaude efusiva el papel de la Iglesia local en esta problemática: en casi todas las parroquias se han instituido ‘oficinas de escucha’ donde se acoge a las mujeres y se las deriva al médico o al psicólogo. “La Iglesia está haciendo una labor de reconciliación, procurando que, a pesar de lo ocurrido, las familias no se desgarren. Y en el caso de que la víctima esté infectada con sida, intenta dar soluciones prácticas, incluidos los retrovirales”, cuenta el P. Donato. Él celebró una misa en agosto, tras conocer que 300 chicas fueron violadas en Luvungi: “Tuvimos que pedir perdón, también por no hacer todo lo que esté a nuestro alcance para luchar contra este fenómeno. Pero abriendo un poquito algunas ventanas, me parece que, como cristianos, tenemos mucha fuerza”.
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“¿Cómo solucionar todo esto? La primera acción que le seguimos pidiendo a nuestros gobernantes es que luchen contra la impunidad –explica el religioso–. Lo segundo es que la comunidad internacional impulse un diálogo interruandés, para que los refugiados ruandeses que siguen viviendo en las selvas congoleñas vuelvan a Ruanda. Es verdad que también los militares congoleños han violado, pero no con la misma barbaridad que los agresores ruandeses y ugandeses. Que se vayan es una necesidad para que por fin se acabe la inseguridad en el este del Congo y que las mujeres puedan vivir en paz”.
Más información: www.africatumaini.org
En el nº 2.726 de Vida Nueva.