(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)
“Teníamos entre nosotros a un auténtico testigo de la fe y a un maestro, que unía la sabiduría de Dios con el acercamiento a las personas. Que asumía nuestras dolencias y ofrecía el médico y la medicina: Cristo y el Evangelio”
Ahora es el momento de las conclusiones y de los balances. Ni nos sirve el presupuesto de gastos, ni los números de las presencias y ni las voces disidentes. Las huellas de la fe, de los convencimientos religiosos, de una vida moral en coherencia con el Evangelio son difícilmente verificables. Nos quedamos, en esta especial cuenta de resultados, con el capítulo más importante: la fidelidad de Benedicto XVI a su oficio de Sucesor de Pedro, que no es otro sino el de confirmar a los hermanos en la fe.
Tal como lo había dicho unos días antes en Roma, Benedicto XVI venía a España como peregrino y testigo de Cristo Resucitado, y para alimentarnos con la Palabra, en la que se encuentra la luz para vivir con dignidad, esperanza y construyendo un mundo mejor. El propósito inicial se ha cumplido perfectamente.
En Compostela, Benedicto XVI presentaba al hombre como un peregrino que busca la verdad, que quiere salir de sí mismo. El precio a pagar será el de vivir en caridad fraterna con todos aquellos que se pueda encontrar por el camino, particularmente con los más pobres y débiles. Es un encuentro entre la realidad del mundo y la historia de la salvación, entre la Iglesia, que es templo de Dios, y la ciudad en la que viven los hombres.
El Papa quiere que la fe se confiese con alegría, coherencia y sencillez, como corresponde a un testigo del Resucitado y seguidor del Evangelio. Los gestos del Pontífice, siempre sobrios y muy significativos, decían, sin palabras, que se necesita acercarse a todos. Hablaba en los grandes y apoteósicos recibimientos, y con los más pequeños y necesitados del Niño Dios, de Barcelona.
Su proceder no era el de un personaje importante que visitaba unas ciudades, sino el de un pastor que, como san Pablo, iba diciendo continuamente que no había venido con los persuasivos discursos de la sabiduría, sino con la palabra de Jesucristo. No había postura alguna que llamara a la ambigüedad. Su mensaje era claro, al alcance de todos los entendimientos.
Teníamos entre nosotros a un auténtico testigo de la fe y a un maestro, que unía la sabiduría de Dios con el acercamiento a las personas. Que asumía nuestras dolencias y ofrecía el médico y la medicina: Cristo y el Evangelio.
El mejor y más apreciado balance de este gratísimo encuentro con este testigo de la fe, maestro de la palabra, conocedor de las realidades de este mundo y ejemplo de apertura al diálogo entre la fe y la razón, el Evangelio y la cultura, la belleza de lo humano y la trascendencia de Dios.
Decía Benedicto XVI que la libertad es condición indispensable para el encuentro con la verdad, para construir el presente y mirar al futuro “desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos” (Discurso en el aeropuerto de Santiago de Compostela, 6-11-2010).
En el nº 2.729 de Vida Nueva.
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