(+ Fernando Sebastián– Arzobispo emérito)
“A los católicos nos ha dicho que es preciso renovar el vigor de la fe, volver a los orígenes, ofrecer un testimonio claro, directo, coherente y valiente a favor de la verdad, la bondad y la belleza de Dios. El Papa nos anima a un diálogo franco y leal con el laicismo, sin conflictos, buscando el bien de la convivencia y la iluminación de nuestros hermanos laicistas”
Tendremos que agradecer al Papa Ratzinger las dos intensas jornadas que nos ha regalado. Sabía bien a dónde venía. Es consciente de que en España la fe católica está siendo sometida a una dura presión por parte de un laicismo “fuerte y agresivo”. Ha venido como “peregrino de la fe”, pero también como sucesor de Pedro y continuador de la intención evangelizadora de Pablo, “para confirmar la fe de mis hermanos”. Su estilo, como siempre, sencillo, respetuoso y amable. Pero sus palabras, claras, certeras, cargadas de un fuerte acento religioso y misionero, que en algún momento alcanzó un tono profético y casi patético.
Los problemas de la Iglesia española los ha situado en el contexto europeo. Sin alusiones concretas, sin agravios para nadie. A los católicos nos ha dicho que es preciso renovar el vigor de la fe, volver a los orígenes, ofrecer un testimonio claro, directo, coherente y valiente a favor de la verdad, la bondad y la belleza de Dios. El Papa nos anima a un diálogo franco y leal con el laicismo, sin conflictos, buscando el bien de la convivencia y la iluminación de nuestros hermanos laicistas. Todo ello, en abierta comunión con la Iglesia universal.
El mejor servicio de la Iglesia a la sociedad es ayudarle a descubrir la verdad fundamental del hombre: Dios existe, su amor es la garantía de nuestra libertad y dignidad. El hombre sólo se logra cuando se reconoce como imagen y amigo de Dios, verdadera medida del hombre. Volverle la espalda es cerrarse a la luz, cegar las fuentes de la vida. En lo moral, las preocupaciones del Papa se centraron en la defensa de la vida humana y de la familia fundada en el matrimonio estable entre hombre y mujer. La visita al ‘Nen Déu’ dejó patente hasta qué punto su solicitud por los más débiles es humana y llena de ternura.
Su mensaje ha sido sincero, fuerte, inspirado en un amor verdadero y exigente. Como un padre verdadero. Sorprende que los que se jactan de laicistas y anticatólicos se sientan ofendidos ante una Iglesia que se pone en su sitio con libertad, claridad y respeto. No pueden esperar que, además de sumisos, seamos tontos.
En el nº 2.729 de Vida Nueva.
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