(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y periodista)
“Montini no era, por aquellas calendas del franquismo, un apellido grato y menos en relación con Cataluña. Aquella peregrinación se quedó en el limbo, mientras que ésta del Papa Ratzinger ha sido una gloria. Sabido es que entre Montini y Ratzinger había coincidencias y paralelismos notables. En lo espiritual, en lo intelectual y en lo estético”
Al contemplar las idas y venidas de Benedicto XVI por nuestras tierras –tanto por Santiago como por Barcelona–, al comprobar su felicidad, no he dejado de acordarme de Pablo VI. El Papa Montini se propuso acudir a Compostela en 1971, Año Jacobeo también. Su aspiración fue torpedeada personalmente por el general Franco. De tal frustración, el embajador Garrigues dejó cumplida información en sus memorias. Montini no era, por aquellas calendas del franquismo, un apellido grato y menos en relación con Cataluña.
Aquella peregrinación se quedó en el limbo, mientras que ésta del Papa Ratzinger ha sido una gloria. Sabido es que entre Montini y Ratzinger había coincidencias y paralelismos notables. En lo espiritual, en lo intelectual y en lo estético. El peregrino alemán, que lleva la concha en su escudo papal, ha vivido felizmente su peregrinación. En Galicia, entrando a fondo en el universo románico del Camino y del maestro Mateo, en la universalidad y la apostolicidad que gotea la tumba de Santiago. En Cataluña, Ratzinger ha cambiado la clave y se ha sumergido gozosamente en el cosmos de Gaudí: la modernidad de su goticismo, el diálogo de la técnica con la espiritualidad, la conversación entre la fe, el arte y la cultura. Todo ha ido hilvanándolo sabiamente Ratzinger con su palabra docta, sosegada y convencida. Su peregrinación, de sólo dos días, ha concluido en esa “sinfonía inacabada” que sigue siendo la Sagrada Familia. A mí, el Ratzinger del arte y de la fe me recuerda siempre al Montini de la fe y del arte. Por eso, este viaje dichoso de Benedicto XVI se me ha antojado el viaje que deseara Pablo VI.
En el nº 2.729 de Vida Nueva.
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