(+ Ciriaco Benavente Mateos– Obispo de Albacete)
“El Papa, al proclamar la gloria de Dios, ha proclamado la gloria del hombre, y desde esa convicción profunda ha tendido su mano para invitar a la Europa de la ciencia y la tecnología, de la civilización y la cultura, a abrirse a la trascendencia del Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero”
El mensaje del Papa en Santiago y en Barcelona me ha sonado como un canto a la gloria de Dios y a la gloria del hombre. No ha venido, como algunos esperaban, repartiendo condenas, sino abriendo caminos al encuentro, deshaciendo malentendidos: que Dios no es el antagonista del hombre; que su nombre no se profiera en vano; que esa palabra santa no se pervierta con fines impropios; que en Cristo, en su cruz, se revela el amor más alto y que, por tanto, no se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre.
El Papa, al proclamar la gloria de Dios, ha proclamado la gloria del hombre, y desde esa convicción profunda ha tendido su mano para invitar a la Europa de la ciencia y la tecnología, de la civilización y la cultura, a abrirse a la trascendencia del Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero.
Al consagrar el templo de la Sagrada Familia, esa filigrana de arte y de fe, como un gran árbol donde hablan al unísono el libro de la Naturaleza, el de las Sagradas Escrituras y el de la Liturgia, ha proclamado que la belleza es camino de Dios y camino de paz, que no hay escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre belleza de las cosas y belleza de Dios. Y como no podía ser de otra manera, ha hecho un canto a la institución que debería ser sagrada para todos. Cantar a la familia es cantar al hombre, templo vivo de Dios, es cantar a la vida.
Y qué gran mensaje para nuestra Iglesia en uno y otro lugar: “Velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Cristo… Ser icono de la belleza divina, llama ardiente de caridad, cauce para que el mundo crea en Aquél que Dios ha enviado”.
En el nº 2.729 de Vida Nueva.
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