Pero al cabo de 21 años de aquellos sucesos, deseo comentarte algo que me acucia cuando pienso en ti y en los demás compañeros de la UCA. Mira, querido Ignacio, una de las realidades que me llevé marcadas en el alma tras mis diversas visitas a El Salvador, fue tu insistencia en que, o la cultura estaba al servicio de la transformación social, o se convertía en una cultura vacía de significado, una especie de instrumento burgués para mantener el sistema de injusticia en perjuicio del más pobre, del menos capaz de alcanzar el don de la inteligencia, de la sensibilidad, de la política y hasta de la fe un tanto desarrollada.
Viejas pretensiones
Me pregunto si en España –en general, en este Occidente desarrollado y en crisis de todo tipo– nos mantenemos en la misma pretensión de años atrás, cuando vuestro asesinato nos conmocionó, salvo a quienes lo maldijeron como fruto espurio de vuestros compromisos, ¿recuerdas?
Documento va, documento viene, entre alabanzas y censuras sin cuento, por la sencilla razón de que, mientras para unos os habíais convertido en signo de esperanza y rebeldía, para otros constituíais el pelotón vanguardista de la Teología de la Liberación.
En fin, no nos dejes descansar en paz, como ya lo conseguiste tú. Procura que vivamos inquietos y comprometidos con nuestra tarea cultural en esta sociedad y en esta Iglesia de España (y del mundo), para que, mediante esta cultura transformadora, consigamos que la pobreza, la injusticia y la libertad conculcadas se transformen en fecundidad evangélica, y el mundo sepa que Jesucristo, como salvador y liberador, está en medio de sus inquietudes y esperanzas.
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