¿Por qué se critica cíclicamente a la Vida Religiosa y su secularización?
No creo que se hagan cíclicamente críticas a la Vida Religiosa como si fuera algo planificado de antemano. Simplemente, diría que hay personas que ven a la Vida Consagrada con desconfianza, quizás porque no se adecua a una visión peculiar que dichas personas tienen de lo que ésta debería ser. Algunas exteriorizan estos juicios sin tener en cuenta que los cambios que se han dado en la Vida Consagrada responden precisamente a la llamada a su renovación que hizo el Vaticano II y a un deseo de colaborar efectivamente a la misión evangelizadora de la Iglesia. Hace unos días escribía yo mismo en L’Osservatore Romano que la secularización, con su vertiente positiva y su carga negativa, es un proceso de largo alcance que afecta a todas las personas, incluidos todos los creyentes cristianos. Es verdad que ha afectado también a las personas consagradas. Ahora bien, no creo que la mayoría de los religiosos y religiosas haya sucumbido ante este desafío. Por el contrario, precisamente por haber pasado por el cuestionamiento tan a fondo que ha supuesto el proceso de secularización experimentado especialmente en Occidente, la experiencia de fe y la opción por el seguimiento de Jesús del religioso se ha hecho más madura y su compromiso se ha expresado con mucha más libertad. La Vida Consagrada quizás no causa tanta admiración (no son tan visibles los conventos y los hábitos), pero sigue tocando muchas vidas y sigue siendo fermento de renovación dentro de la Iglesia y de transformación en el mundo.
Evangelización
¿Qué le ofrece hoy la Vida Religiosa a la Iglesia?
El testimonio de su vida de seguimiento de Jesús en fraternidad y su disponibilidad para acudir a las fronteras geográficas, culturales y sociales de la evangelización aportando los dones de los carismas recibidos. Los religiosos quieren ser en la Iglesia memoria del modelo de comunidad que Jesús propuso a sus discípulos. Creo también que, a través de múltiples servicios, ofrecen una contribución importante a la tarea evangelizadora de la Iglesia. No siempre nuestra vida es suficientemente transparente a la presencia de Dios, a veces puede ser incluso que la empañe; por ello, conversión es una palabra que nos acompaña siempre en nuestro camino. Nos queremos tomar en serio sus exigencias.
¿Cómo debe afrontarse la disminución numérica de religiosos?
¿En qué punto está la reorganización de su congregación?
Ésta obedece a nuestra intención de querer seguir siendo misioneros en unas nuevas circunstancias de edades, de números, de comunicaciones… En España, por ejemplo, había seis provincias y ahora hay cuatro. Y seguiremos haciendo el camino. En Brasil había dos provincias y hemos hecho una; Perú y Bolivia quedan englobados en una sola… En África y Asia la reorganización tiene otro sentido: crear nuevas provincias. Nuestro objetivo, en cualquier caso, es siempre ofrecer un servicio misionero más significativo y cualificado.
Diálogo con el mundo
Occidente se ha convertido en tierra de misión, como ha mostrado el Papa al crear un dicasterio para la nueva evangelización. ¿Están trabajando ya en esta línea?
Lleva ya siete años al frente de los claretianos. ¿Ha cambiado la congregación en este tiempo?
Numéricamente, la situación no ha cambiado. Seguimos siendo unos 3.100. Lo que somos ahora es más multiculturales. Llega un momento en que los jóvenes que entraron de nacionalidades hasta entonces poco comunes entre nosotros han empezado a aportar mucho al patrimonio espiritual y cultural de los claretianos. Eso se hace sentir, por ejemplo, a través de una presencia más multicultural en los foros de toma de decisiones, como los capítulos o las reuniones provinciales. Esto enriquece, al tiempo que significa un desafío, el del diálogo intercultural. Otro de los puntos en que he notado un cambio es la preocupación por profundizar más en la identidad. No es que no lo tengamos claro. Todo el camino realizado después del Concilio ha servido para mucho en orden a clarificar la identidad misionera claretiana. Debemos ver cómo expresar hoy, en un contexto cultural distinto, esa identidad. En el último capítulo general de nuestra congregación hemos pedido que se ponga en marcha un proyecto, que llamamos ‘la fragua’, que tiene como objetivo revitalizar y reafirmar la propia vocación misionera claretiana.
¿Se trata de una renovación del carisma, entonces?
Sí, es una petición a que volvamos a las fuentes para que nos empujen a la recreación de este carisma. Por todo esto, elegimos la imagen de la fragua, utilizada ya por nuestro fundador, san Antonio María Claret, donde, con el fuego del amor, el hierro, que somos nosotros, va recibiendo golpes de parte del herrero, que son tanto Jesucristo y su Espíritu como todas las personas de este mundo, con el objetivo de transformarnos.
En el nº 2.732 de Vida Nueva.