(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“No se merecía el arzobispo de Madrid, con una larga trayectoria ligada a la vida universitaria, en la que ha desempeñado todas las responsabilidades posibles, verse así despreciado en lo personal, en lo académico, y, desde luego, en cuanto representante de la Iglesia católica. Y tienen razón quienes critican que el conjunto de las universidades sigan mirando para otro lado cuando se producen este tipo de bochornosos sucesos”
El pasado 1 de diciembre, el presidente de la Conferencia Episcopal Española tenía que impartir una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid. Nada extraordinario para una personalidad como el cardenal Rouco, ni tampoco nada nuevo para una de las principales universidades de España, acostumbrada a acoger y escuchar a las más altas dignidades académicas.
Desgraciadamente, también empieza a dejar de ser extraordinario en nuestras facultades lo que sucedió: el acto académico hubo de suspenderse ante las amenazas y presiones de un grupo de universitarios, más partidarios en los salones de actos de la “vía Millán Astray”, por más que se travistan de amantes del diálogo y de la razón.
No se merecía el arzobispo de Madrid, con una larga trayectoria ligada a la vida universitaria, en la que ha desempeñado todas las responsabilidades posibles, verse así despreciado en lo personal, en lo académico, y, desde luego, en cuanto representante de la Iglesia católica. Y tienen razón quienes critican que el conjunto de las universidades sigan mirando para otro lado cuando se producen –cada vez con mayor frecuencia– este tipo de bochornosos sucesos, que ratifican el crecimiento de la intolerancia en las aulas españolas, y no sólo en las universitarias, y que van contra la Constitución.
Pero, una vez rasgadas las vestiduras, y puestos a pedir criterio y restituir la dignidad a la universidad pública, no estaría de más empezar por la propia casa. En los últimos años hemos asistido a una floración en España de universidades católicas de quita y pon, que poco tienen que ver con ese laboratorio de ideas puestas al servicio de la sociedad, como demanda el sentido común y Olegario González de Cardedal, y más con lobbies con los que trajinarse favores e influencias. En algunas de ellas no ha arraigado el mérito, sino el afán de hacer carrera, y su prestigio ha salido por la puerta al mismo tiempo que la valía intelectual era acallada y arrinconada de manera poco edificante y caritativa. En esta batalla sin cuartel en las aulas católicas, tampoco nadie ha parado a compadecerse del claustro vecino, antes al contrario. ¿Es esto la universidad católica?
En el nº 2.733 de Vida Nueva.
–
INFORMACION RELACIONADA
- La crónica del director: La tolerancia o la ley del embudo eclesial
- Urge repensar la presencia cristiana en la universidad