Diversas entidades de Iglesia trabajan desde hace muchos años para reivindicar la dignificación de este trabajo que, según afirma Rubén Requena, técnico del Equipo de Empleo de Cáritas Española, “ya no es un bien de lujo, sino que es una cuestión de necesidad”. “Se trata de un servicio creciente en los últimos años y que va a seguir aumentando en el futuro. Porque ahora trabajamos todos y necesitamos que se ocupen del cuidado de nuestros hijos, de las personas mayores y/o dependientes y del hogar”, añade.
La crisis económica ha afectado drásticamente al sector de las trabajadoras del hogar, produciendo grandes cambios con respecto a otros años. Como apunta Begoña Arias, coordinadora de Formación y Empleo de Pueblos Unidos (entidad de integración del inmigrante que los jesuitas tienen en el barrio madrileño de La Ventilla), el número de ofertas se ha reducido mucho y han empeorado las condiciones laborales. “Incluso ha cambiado la tendencia: desde hacía unos años predominaba el empleo doméstico externo, pero ahora se demanda más el interno, lo que implica que la trabajadora viva en la casa en la que trabaja. Eso sí, con el mismo salario y condiciones que si fuera externa”.
Pese a todo, el empleo doméstico se ha convertido en la única salida ante la crisis para muchas personas y familias. “Está sirviendo de colchón para que mujeres que trabajaban en otros sectores en mejores condiciones no abandonen el mercado laboral”, afirma Begoña. Incluso, asegura Rubén, “muchas amas de casa, al ver que sus maridos se quedaban en paro, se han incorporado al mundo laboral gracias a este sector”.
La presidenta de la Plataforma, Isabel Quintana (que pertenece a la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia) explica a VN que el 91% de las personas dedicadas a este empleo son mujeres y que la poca representación masculina se ocupa de actividades más relacionadas con el mantenimiento que con las tareas estrictamente domésticas. Además, cerca del 60% de las trabajadoras son inmigrantes. “A las discriminaciones propias de este trabajo, ellas suman las provocadas por el hecho de ser extranjeras y, en muchas ocasiones, de estar en situación administrativa irregular en el país”, apunta Quintana.
Irregularidad
“Es preciso caer en la cuenta de que éste es un sector caracterizado por la irregularidad”, lamenta el jesuita Izuzquiza, quien explica: “Además de equiparar sus condiciones laborales con las del resto de trabajadores, es necesario encontrar un régimen extraordinario que haga aflorar esa bolsa, mayoritaria en el sector, que forma parte de la economía sumergida. Esto tiene que ver, por un lado, con la gran presencia de personas de origen inmigrante, en muchos casos sin papeles, y, por otro, con los costes salariales que implica la regularización y que muchas familias no pueden asumir”. “Llevo cuatro años trabajando en este sector y en todas las casas me han dicho lo mismo: que no me podían hacer los papeles. Ahora te dicen que es por la crisis, pero también nosotras la sufrimos”, corrobora Eleanora.
La propuesta de los jesuitas alerta sobre la urgencia de potenciar la dignificación profesional. Por una parte, que las trabajadoras conciban lo que hacen como un trabajo para el que hay que formarse; y por otra, que también las familias empleadoras y el resto de la sociedad valoren adecuadamente el papel fundamental que desempeñan en la sociedad actual.
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Es difícil saber cuántas personas se dedican al empleo doméstico, una realidad debida a distintos factores. Uno de ellos radica en el ámbito legal. El colectivo de trabajadoras de hogar está regulado por el Régimen Especial de Empleadas de Hogar de 1969 y por el Real Decreto 1424/85. Ambos establecen condiciones más duras y discriminatorias para este desempeño que las de otras profesiones. Por ejemplo, las trabajadoras no pueden darse de alta en la Seguridad Social si trabajan menos de 18 horas a la semana; pero si trabajan más de 18 y menos de 20 horas semanales, o en más de una casa, tienen que pagar ellas a la Seguridad Social y la familia empleadora no paga nada de la cuota. Además, sus pensiones son las más bajas de todo el Sistema de la Seguridad Social.
El pasado junio, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el transcurso de su 99ª Conferencia Internacional, acordó aprobar unos mínimos sobre empleo decente para este colectivo, que deberían adoptar la forma de un Convenio completado con una Regulación. Se inició así un proceso que previsiblemente culminará en 2011 y que podría mejorar sensiblemente esta situación.
“El trabajo de hogar está muy poco reconocido. Lo que peor llevo es que nos traten como personas de segundo nivel. Incluso tuve compañeras que en sus países eran abogadas o médicos, y en las casas donde trabajaban las tomaban por ignorantes”, se queja Eleanora González. Aunque no se puede generalizar, su testimonio pone de manifiesto la necesidad de cuidar las relaciones. En ello coincide Daniel Izuzquiza, pues, como advierte, “se dice mucho que la empleada es ‘de la familia’, y lo que oculta esa expresión son situaciones discriminatorias. Por ejemplo, como es una más, se le pide que se quede más tiempo del que se le paga”.
En el nº 2.733 de Vida Nueva.