Fray José María (cuyos apellidos “civiles” eran Linares Garzón), natural de La Zubia (Granada), ingresó en la Vida Consagrada a los 21 años, a través de la congregación de Ermitaños de San Pablo y San Antonio, en la serranía de Córdoba. Sería a inicios de los años 50 cuando, de vuelta a Granada, en compañía de otro religioso ermitaño, fray Bernardo de la Cruz, encauzara su vocación a través del servicio en los cementerios, fundando finalmente la nueva orden en Guadix. En sus primeros años de existencia, esta institución eclesial se hizo muy popular, alcanzando los 40 miembros, repartidos en siete ciudades de toda España. En la actualidad, la congregación cuenta con 10 hermanos, a caballo entre Logroño y la ciudad accitana.
Los últimos doce años de vida de fray José María han transcurrido en Guadix, donde sus compañeros le atendían de una enfermedad, fruto de una trombosis cerebral, que le impedía toda movilidad. Tras fallecer en el mismo lugar en donde desarrollara todo su ministerio, el propio obispo de Guadix, Ginés García Beltrán, presidió el día 4 su funeral. Las autoridades municipales, aun de distinto signo político, coincidieron en señalar el valor de la personalidad del fallecido, así como el beneficio que ha producido en este casi medio siglo, en tantas familias, su obra de consuelo. Está previsto un pleno extraordinario para declararlo ‘hijo adoptivo de la ciudad’.
Alma máter
Enterrando a quien fuera su alma máter –además de fundador, fue su primer superior general, hasta 1967–, los Hermanos Fossores desarrollaron una vez más su particular vocación de acompañamiento en la muerte, precisamente con quien se la trasmitiera.
En el nº 2.736 de Vida Nueva.