Un libro de Joaquín Perea (Ediciones HOAC, 2010). La recensión es de Eloy Bueno.
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Otra Iglesia es posible
Autor: Joaquín Perea
Editorial: Ediciones HOAC
Ciudad: Madrid
Páginas: 336
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(Eloy Bueno) El autor ofrece una reflexión eclesiológica práctica pensada especialmente para los cristianos laicos, que brota de un compromiso personal y biográfico: desde “el amor a la Iglesia de hoy en su crisis y en su búsqueda”, con la pasión (y la queja) de quien ha entregado su vida al servicio eclesial. Intenta una postura de equilibrio entre posiciones extremas, pero recogiendo el malestar de muchos creyentes que han visto decepcionadas sus expectativas: consagraron sus mejores esfuerzos a recorrer el horizonte abierto por el Vaticano II y descubren ahora una Iglesia distinta de la que habían esperado, tanto en su funcionamiento interno como en su imagen externa.
En esta difícil situación, frente a todo peligro de resignación o de acomodación, Joaquín Perea reafirma que es posible otra Iglesia distinta “de la que se nos presenta públicamente a través de los órganos institucionales”. Para afianzar y justificar esa posibilidad, no ofrece una eclesiología sistemática, sino más bien una evaluación de la eclesiología postconciliar, más concretamente de la recepción de las orientaciones del Vaticano II, para identificar los caminos generadores de un futuro para la Iglesia.
Desde esta perspectiva articula cada uno de los capítulos: en primer lugar (el momento del “ver”), describe la situación, para, en un segundo momento (el “juzgar”), valorarla desde los principios del Vaticano II, con el fin de (el “actuar”) seguir soñando desde la práctica sin caer en la resignación o en actitudes de dimisión o de acomodación.
Los temas que presenta este sacerdote de Bilbao son ciertamente fundamentales en una reflexión eclesiológica y en una praxis eclesial digna de tal nombre: la Iglesia como sujeto histórico y pueblo peregrinante, el sacerdocio común, la comunidad eucarística, la praxis como lugar de verificación de la fe, el horizonte de la esperanza escatológica, la importancia de la Iglesia local, la dignidad y el protagonismo de los laicos, la opción por los pobres, corresponsabilidad y sinodalidad, la acción de la trascendencia de Dios en la inmanencia de la historia, la inserción de los cristianos en el mundo para potenciar el diálogo y el encuentro con todos en favor del bien de las personas, la justicia, la paz y la salvaguarda de la creación…
De modo realista trata de integrar la existencia de tensiones y conflictos en el ejercicio concreto de la comunión. Los conceptos teológicos no pueden ser desconectados (y es un peligro siempre latente) de los grandes problemas de nuestra civilización, ni tampoco de la experiencia de los creyentes. Por ello, no puede ser desatendida “la resignación y la amargura de los cristianos comprometidos” que han vivido hondamente el protagonismo eclesial.
La focalización reiterativa en el Vaticano II puede resultar, sin embargo, contraproducente. Su recepción debe ser situada a otro nivel, en una línea hermenéutica más acorde con la encrucijada del presente. Como el autor reconoce, las nuevas generaciones no sienten como propias las expectativas de la anterior. Los problemas han evolucionado (se han agudizado) a causa de la revolución cultural señalada en el último capítulo. ¿Está garantizado que la recepción del Concilio en la línea señalada solucione los problemas del presente?
La referencia a los orígenes de la Iglesia (y a la identificación de elementos vinculantes y normativos) se mueve en niveles lingüísticos diversos. La relación de continuidad/discontinuidad entre Jesús y la Iglesia, entre la causa de Jesús y la experiencia del Resucitado, queda abierta a interpretaciones equívocas; y en ese punto central se juega la capacidad de integrar toda la variedad de carismas en una misión compartida.
En el nº 2.738 de Vida Nueva.