Cábalas sobre las elecciones episcopales

Comisión Permanente CEE

Permanente CEE

(Juan Rubio) El Episcopado español va de elecciones el próximo mes de marzo. Los obispos tendrán que elegir a un nuevo presidente o reelegir al cardenal Rouco. Ha empezado el corta y pega de los medios informativos, que usan y abusan de claves políticas al uso, desconociendo que la Iglesia, en sus procesos electorales, tiene otras claves y otros tiempos. En la CEE no hay campaña electoral y los prelados se resisten a ofrecer un espectáculo de división ante la inminente visita del Papa y en una sociedad excesivamente crispada y posicionada en contra de la Iglesia en algunas cuestiones. Los titulares mediáticos que apunten a una división en el Episcopado harán que los obispos se unan más en una única dirección que muestre la comunión eclesial.

Es verdad que hay prelados que tienen su propia visión de cómo han de ir las cosas en Añastro. Es verdad que se quejan de ciertas formas y maneras, pero evitarán la división, los empujones y los codazos. Los titulares de prensa apuntando a una Iglesia dividida molestan incluso a los descontentos.

His rebus estantibus. Así las cosas, que diría el clásico, las elecciones se jugarán en el terreno de las presidencias de las comisiones más que en la presidencia del ejecutivo propiamente dicha. Incluso podrían jugarse en el campo de la vicepresidencia. Las divergencias están en el matiz del color, pero no en el color. No se puede dar un espectáculo que remede el escenario político español.

Habría que leer bien los estatutos de la CEE (los últimos aprobados el 21 de junio de 2004) para saber que las cosas no son tan fáciles. Es verdad que ha habido conversaciones, movimientos, almuerzos y cafés. No es de extrañar. Una Permanente que represente el perfil del Episcopado y lo que hoy la Iglesia necesita en España ayudaría mucho a ir trazando los próximos años.

Los obispos podrían renovar al cardenal en aras a la comunión y luchar por las presidencias de cara al futuro, dentro de tres años. Prefieren esperar a que pase el siguiente trienio para pensar en el nombre del sucesor. Dar un paso adelante supondría quemar candidatos. No es inteligente. Lo que en algunos lugares se llama corporativismo, aquí se llama comunión. Y es eso lo que importa. Votar con las vísceras no es bueno.

Hay quienes piensan que no es aconsejable dar golpes de mano, sino dejar que el tiempo corra afinando y poniendo el tiro en el cargo de vicepresidente. Hay quienes, por el contrario, opinan que hay que cambiar al presidente y esperan un gesto de Roma para ello. Son los menos y lo dicen a escondidas. La mayoría prefiere esperar. No es bueno echar leña al fuego. Hay incluso quienes piensan que habría que retrasar las elecciones a noviembre. Y hay para quienes lo cortés sería dejar al cardenal de Madrid, que dedicaría esta recta final de su pontificado, tras la JMJ, a suavizar formas, a relajar ambientes y a preparar su salida. El tiempo pasa raudo.

Así están las cosas, pero lo que preocupa a los obispos va por otros derroteros: increencia, la transmisión de la fe, el auge del laicismo, la escasez de comunidades robustas, de laicos maduros o la vitalidad de sus diócesis, porque saben que la Iglesia española no se reduce a las paredes de Añastro. Es más rica, amplia y vigorosa. La evangelización y la comunión urgen más que las elecciones.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.740 de Vida Nueva.

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