Balances sobre la Conferencia Episcopal


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Pepe Lorenzo(José Lorenzo– Redactor Jefe de Vida Nueva)

“Ahora que se preparan balances ante la previsible reelección del cardenal Rouco, me resulta atinado, aún, el párrafo anterior, publicado casi literalmente hace tres décadas en Vida Nueva, haciéndose eco de una encuesta aparecida por aquel entonces en Ecclesia. Esa radiografía, extraída de las impresiones pulsadas por una revista poco sospechosa de heterodoxia, sigue siendo, en líneas generales, válida para nuestros días”

En vísperas de la celebración de la Asamblea Plenaria en la que, dentro de una tónica gris de falta de entusiasmo, habrá de elegirse al presidente que guíe a la Iglesia en España durante los próximos tres años, ¿cuáles son los problemas que habrá de afrontar la nueva Conferencia salida de los votos de los obispos? Nuestra Iglesia está acomodándose a la nueva situación aconfesional.

La tensión interna lleva a una crisis y a una profundización que exigirían un liderazgo. Se trata de una Iglesia en marcha, con dificultades y retrocesos. Aspectos positivos se perciben en catequesis, trabajo con marginados, personalidad jurídica… Como negativos, se acusa una falta de ilusión, cansancio, escasa sensibilidad hacia el Tercer Mundo, poco trabajo con los sectores dinámicos: los jóvenes, la clase trabajadora, el mundo del arte y la ciencia… Aprieta la escasez de vocaciones y hay demanda de una Iglesia abierta, creíble, evangelizadora.

Ahora que se preparan balances ante la previsible reelección del cardenal Rouco, me resulta atinado, aún, el párrafo anterior, publicado casi literalmente hace tres décadas en Vida Nueva, haciéndose eco de una encuesta aparecida por aquel entonces en Ecclesia.

Esa radiografía, extraída de las impresiones pulsadas por una revista poco sospechosa de heterodoxia, sigue siendo, en líneas generales, válida para nuestros días, y refleja un balance gris oscuro casi negro de estos últimos treinta años en nuestra Iglesia y en la Conferencia Episcopal, hoy una sombra del espíritu colegiado y de servicio que la caracterizó en algunos momentos.

Es muy poco lo avanzado desde entonces (viajes papales aparte, excepción que confirma el estado de alarma), salvo que la falta de entusiasmo ha ido a más (hoy se le llama secularización interna), sin haberle prestarle demasiada atención a sus causas ni contemplado la autocrítica. Nuestra Iglesia sigue instalada en la perplejidad. Y no ha habido en tres lustros un liderazgo, como se preveía, capaz de librarla del desencanto, más ocupados en restar que en sumar.

En el nº 2.743 de Vida Nueva.