La religiosa confía en que se quedará en Libia y dice no tener miedo por su propia seguridad: “Todavía no he hablado con mis superiores de una posible salida. Los migrantes son pobres y no pueden irse. Yo trabajo con los migrantes y por ahora no me voy, prefiero quedarme con ellos”.
El Gobierno de la vecina Italia teme “un éxodo de dimensiones bíblicas” de hasta 300.000 personas. Según los datos de ACNUR, ya antes de los desórdenes había más de 8.000 refugiados y 3.000 solicitantes de asilo en Libia. Ahora unas 4.500 personas han abandonado el país rumbo a Túnez.
También desde Trípoli, el obispo Giovanni Innocenzo Martinelli, vicario apostólico de la diócesis desde 1985, ha pedido, a través de la agencia SIR, que la comunidad internacional “ayude a los libios a encontrar un camino de diálogo”.
Heridas sin cicatrizar
Residente en el país desde que llegó en 1971 como sacerdote, considera que en el origen de las protestas están “viejas heridas del pasado que todavía no han cicatrizado, la gente está muy amargada”.
Sorprenden un poco sus declaraciones sobre la situación social del país: “Libia no es como Egipto o Túnez. El pueblo libio está bien”; y casi más su opinión sobre la salida al conflicto: “La gente no quiere desórdenes, pero quiere estar mejor. Espero que el Gobierno haga alguna concesión para ir un poco al encuentro sobre todo de los jóvenes. Si las manifestaciones se desarrollan pacíficamente, creo que el Gobierno podrá dar un paso generoso. Pero si las revueltas son violentas, el Gobierno responde del mismo modo”.
En el nº 2.743 de Vida Nueva.