(José Ramón Amor Pan, doctor en teología moral y doctor en Bioética) Este 2011 es un año cargado de aniversarios en el ámbito de la Bioética, todos ellos muy significativos. El primero se refiere al nacimiento mismo de dicha disciplina, pues aunque unos meses antes había aparecido un artículo en el que se utilizaba por primera vez la palabra ‘bioética’, su autor, Van Rensselaer Potter, publicó en 1971 el primer libro sobre esta disciplina, Bioethics: Bridge to the Future (Bioética, un puente hacia el futuro), en el que sentaba con claridad cuáles eran las bases y los objetivos de la misma.
Otros dos aniversarios confluyen en la persona de Potter, pues nuestro hombre había nacido el 27 de agosto de 1911 y falleció el 6 de septiembre de 2001. Hoy, que tantas efemérides vacías de contenido se celebran a lo largo y ancho de nuestro mundo, un recuerdo y una reflexión sobre las intuiciones profundas de este prestigioso investigador del cáncer son más que merecidas. Máxime si tenemos en cuenta que, durante un tiempo, su paternidad respecto a la Bioética pasó un tanto desapercibida. Nos vamos a detener en tres pasajes de su obra que considero especialmente afortunados:
¿Por qué nace la Bioética?
Bioética y religión
Como también lo es la progresiva desconfianza ante la aportación de los teólogos al debate bioético. Como reconoce Javier Gafo, “las mismas personas religiosas tenían temor de expresar sus convicciones en los foros públicos y consideraban que, para ser aceptados en los mismos, debían hablar el lenguaje común, ocultando sus propias opciones éticas, que permanecían como agendas ocultas”.
Yo mismo he experimentado esa desconfianza en varias ocasiones por mi condición de doctor en Teología Moral, la última, sin ir más lejos, cuando nos nombraron a finales de 2009 a Suso Carracedo y a mí vocales de la Comisión Gallega de Bioética: no hay más que ver el tratamiento que le dieron a la noticia El País y xornal.com: “Sanidad nombra a un cura y a un teólogo para la Comisión Gallega de Bioética”.
Durante mucho tiempo, los problemas morales de la biomedicina han estado orientados y regulados básicamente por dos instancias: la moral religiosa y los códigos deontológicos. Y por esa extraña ley del péndulo, ahora se reniega de ambas instancias. Hay quien ha dicho: “La Bioética, allí donde tiene éxito, muestra que no necesita la teología”.
Pero lo mismo que no es justo ni exacto dejar de reconocer a estas dos instancias un papel decisivo en la historia de la ética de la biomedicina, como afirma Marciano Vidal, tampoco es un signo de madurez científica ni moral proscribir como espurias toda referencia religiosa o toda codificación deontológica en relación con la Bioética. Son perspectivas dignas de ser tenidas en cuenta.
“Para ser más específico, ambas, religión y ciencia, han de preservar su autonomía y su peculiaridad (…). Bien que cada una puede y ha de ayudar a la otra como una dimensión diferente de una cultura humana común, ninguna de las cuales ha de asumir que constituye una premisa necesaria de la otra. La oportunidad sin precedentes que tenemos hoy es la de lograr una relación interactiva común, en la que cada disciplina conserve su integridad y, no obstante, esté radicalmente abierta a los descubrimientos y concepciones de la otra”, dejó señalado Juan Pablo II.
La Bioética se ha configurado a partir de la desconfesionalización de la ética y liberándose del predominio de la codificación deontológica, y eso no es malo, era necesario. Esto significa, desde el punto de vista positivo, que la Bioética ha de situarse en el terreno filosófico, buscando un paradigma de racionalidad ética que se sitúe más allá del ordenamiento jurídico y deontológico y más acá de las convicciones religiosas.
La Bioética nace, pues, como una ética civil o secular, no confesional, lo cual significa que sus decisiones no pueden justificarse apelando a argumentos religiosos, porque estos solo tienen validez plena para los seguidores de cada una de las religiones y, por tanto, no valen para ordenar la vida de toda la comunidad social. Recuérdese que la libertad de conciencia es uno de los derechos fundamentales de la persona.
Los teólogos y las personas que profesan una determinada religión podemos y debemos participar en dicho debate, desde nuestra propia identidad. Tenemos también una palabra que decir como ciudadanos del mundo. Pero sin superioridades de ningún tipo, con absoluta humildad y utilizando argumentos universalizables.
También, por qué no, explicitando las raíces y el trasfondo teológico que inicialmente tuvieron determinadas categorías o principios éticos, hoy desconocidas para la gran mayoría de nuestros contemporáneos, como sucede en el caso del concepto “dignidad humana”, pues conocer las raíces puede ayudar a comprender en su justa medida todo el potencial transformador de los mismos. Siempre, eso sí, desde una actitud de ofrecimiento respetuoso de los datos de la historia, que facilite el acercamiento y el diálogo fructífero.
Como dijo Gafo: “McCormick escribía que la bioética no debe percibirse como esos carteles que aparecen a la puerta de las casas con el conocido cuidado con el perro. Como escribía Callahan, debería ser una fuerza amiga, no hostil, dentro de la medicina (…), pero la Bioética no puede acallar preguntas, a veces duras”. Dios es el único Señor de la vida: esta es una verdad central en la teología cristiana.
Pero Dios no ejerce este poder como voluntad amenazante, como certeramente señala Torres Queiruga, sino como cuidado y solicitud amorosa hacia sus criaturas: “Que la religión –bien vivida– no sólo no impone la carga de la moral, sino que, por el contrario, no tiene otro sentido en este campo que el de ayudar a llevarla con ánimo y esperanza”.
La figura de Javier Gafo, SJ
Javier entró en la Compañía de Jesús el año 1955. En un año tan significativo como el de 1968 tuvo lugar su ordenación sacerdotal. Licenciado en Filosofía, en Ciencias Biológicas y en Teología, se doctoró en Teología en la Universidad Gregoriana (Roma) en 1976, con la tesis El aborto y el comienzo de la vida humana. Ese mismo año comenzó a ejercer como profesor de Moral de la Persona en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, hasta su muerte. Allí fue durante muchos años director del Departamento de Teología Moral y Praxis de la Vida Cristiana; y, desde el año 1987, fecha de su creación, fue el director de su Cátedra de Bioética.
Conferenciante infatigable y autor de innumerables artículos en diferentes medios de comunicación, era un convencido de la necesidad de acercar la Bioética a los ciudadanos. Si algo quiere ser la Bioética, es un proceso de deliberación comunitario, porque hay que llegar a políticas públicas, como ya había señalado Potter.
Lamentablemente, en palabras de Abel, hay que poner de manifiesto que “hasta este momento la participación de la opinión pública en general ha sido mínima en nuestro país, al igual que en otros países de la Unión Europea. No quiero con ello indicar que sean problemas desconocidos por el gran público, sino más bien que este ha sido prácticamente ignorado y mantenido desinformado en la toma de grandes decisiones, que tienen importantes repercusiones sociales al adquirir rango de ley. Hubiera sido deseable someter algunas de ellas a referéndum”.
Esa notoriedad pública y búsqueda de consensos le provocó a Gafo algunas incomprensiones dentro de la Iglesia, a la que tanto y tan profundamente amaba y servía: “Tengo que vivir a veces en difíciles equilibrios con la doctrina eclesial. Pero siento que esto es positivo: que bastantes hombres de ciencia cristianos se sienten estimulados al percibir que también los hombres de Iglesia participan de sus dudas y de sus perplejidades y que podemos seguir construyendo, en sintonía afectiva con la comunidad eclesial, una presencia seria y dialogante en la apasionante problemática de la Bioética”.
Por su talante dialogante y su reflexión siempre serena, equilibrada, abierta y apoyada en un buen manejo de los datos (solía repetir con insistencia que la buena ética comienza con buenos datos), puede afirmarse que la figura de Javier Gafo significó un puente colosal entre la moral religiosa (en su caso, católica) y la Bioética, muy en la línea de lo que Potter había esbozado en su Bioethics: Bridge to the Future.
Por otra parte, siguiendo más la línea de Potter que la de Hellegers, Gafo tenía una visión global de la Bioética, al considerar que esta disciplina debía ocuparse de los problemas derivados de la investigación biomédica y la asistencia sanitaria, pero también de los problemas ecológicos y de la relación del ser humano con la naturaleza.
En el nº 2.744 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, puede acceder al Pliego en PDF.