JUAN MARÍA LABOA | Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas
“Muchos no pertenecen a una religión, pero desean un mundo nuevo y más libre, más justo y más solidario, más pacífico y más feliz. Esto implica poner en juego no solo la razón, sino también los sentimientos. Nos exige salir del ámbito de seguridad de la fe compartida para abrir nuestra conciencia a la de los demás, acercándonos con humildad y capacidad de acogida. Dispuestos a escuchar y a aprender”
El atrio de los gentiles nos circunda, ya vivimos con los gentiles a nuestras espaldas y de frente. A la escuela municipal, al pie de mi casa, acuden niños de padres católicos, cristianos de diversas nominaciones, musulmanes, ateos y desconcertados. En el colegio en el que ayudo, hay niños de padres fundamentalistas, cristianos de diversas sensibilidades, agnósticos y ateos. En mis misas, participan familias católicas y otras en las que, al menos, uno de los padres no es creyente.
Solo si nos hemos recluido en un gueto nos libramos de este pluralismo y, aun así, necesariamente trabajamos y nos relacionamos permanentemente con no creyentes. Podemos optar por ser políticamente correctos y no hablar nunca de nuestra fe, ni de nuestros sentimientos, ni de política, y ceñirnos al tenis o al balonmano, deportes socialmente asépticos. Conviviremos, poco, con nuestros vecinos, y, sobre todo, no participaremos con ellos. De cuanto nos interesa y nos preocupa.
Benedicto XVI y el cardenal Ravasi han decidido salir a la intemperie y dialogar con libertad e intensidad con los conciudadanos, de las cosas que nos preocupan e interesan. Han ideado la posibilidad de crear en ciudades de diversos países espacios de encuentro y reflexión a partir de las grandes preguntas de la existencia humana, de aquellos temas que en la historia y en la cultura de la humanidad han resultado siempre esenciales: Dios, la vida, la muerte. Se trata de dialogar, escuchar, proponer, acoger, entre seres humanos que comparten la existencia, pero manifiestan convicciones diferentes y difieren en cuestiones importantes.
Muchos no pertenecen a una religión, pero desean un mundo nuevo y más libre, más justo y más solidario, más pacífico y más feliz. Esto implica poner en juego no solo la razón, sino también los sentimientos. Nos exige salir del ámbito de seguridad de la fe compartida para abrir nuestra conciencia a la de los demás, acercándonos con humildad y capacidad de acogida. Dispuestos a escuchar y a aprender. En realidad, entre los gentiles se encuentran, también, muchos que comparten nuestra fe, pero no nuestra sensibilidad.
En París se ha hablado de la existencia humana en el cosmos, de la fragilidad de la vida, de los caminos que conducen al amor y a la belleza. Pablo VI pidió a los jesuitas entablar el diálogo con los ateos y Benedicto XVI nos emplaza a los cristianos a ser capaces de convivir con el extraño desde nuestro amor al hermano.
El Espíritu Santo no actúa solo en instituciones duraderas que persisten a través de los siglos, sino, también, en aventuras que parecen no tener futuro y que siempre han de empezar de nuevo, pero que lo tienen porque dependen del Espíritu.
En París se ha reunido gente interesante, muy plural, que han planteado con libertad y respeto muchos temas, han discutido y cambiado impresiones, dando a entender que hay muchos puntos de encuentro, con ánimo de seguir dialogando.
Se pensó continuar la experiencia en Madrid, pero se han puesto dificultades que señalan la cerrazón y el orgullo persistente en algunos ambientes. No hacen, pero no dejan hacer. Y, sin embargo, el tema ha echado a andar. Si muove…
En el nº 2.748 de Vida Nueva.
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