Un libro de Víctor Codina, SJ (Sal Terrae, 2010). La recensión es de Juan Pablo García Maestro.
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Una Iglesia nazarena. Teología desde los insignificantes
Autor: Víctor Codina, SJ
Editorial: Sal Terrae
Ciudad: Santander
Páginas: 216
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JUAN PABLO GARCÍA MAESTRO | El libro se divide en 12 breves capítulos, en su mayoría publicados en diversas revistas y medios de diferentes países. Como el escriba, discípulo del Reino, que saca de su arca cosas nuevas y viejas (Mt 13, 52), así el teólogo jesuita Víctor Codina ha decidido extraer de su arca escritos dispersos y ensartarlos desde nuevas intuiciones y experiencias teológicas, renovándolos desde una nueva perspectiva. Son cosas viejas, pero también muy nuevas.
La novedad estriba en que los textos se presentan desde la clave de Nazaret. Desde ese lugar como leitmotiv, estos escritos recobran vida y novedad, con una lógica que no es lineal sino existencia y vital.
Comienza con un Pórtico sobre el misterio de Nazaret, que quiere ser como los pórticos de las catedrales góticas: anticipo y clave de comprensión que introduce en lo que va a seguir.
Todos los capítulos son como un cantus firmus de un concierto polifónico: prioridad de los pobres como lugar teológico; sentido de la fe; gozo de Jesús en el Espíritu por revelar el Padre a los pequeños los misterios del Reino; en fin, el misterio de Nazaret que todo lo penetra.
Es difícil delimitar el carácter del libro, pues es, a la vez, cristológico y pneumatológico, mariano y eclesial, espiritual y pastoral, popular y narrativo. Si quisiéramos hallar un vocablo que sintetizase y abarcase todo, podríamos tal vez decir que se trata de un libro “nazareno”. ¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn 1, 46). ¿Qué era y qué significa Nazaret para Jesús? ¿Qué significa Nazaret para la Iglesia y para los cristianos?
Nazaret era un pequeño pueblo galileo (200-400 habitantes) sin importancia, jamás citado en el AT. En él pasó Jesús la mayor parte de su vida. Nazaret constituye como su apellido: Jesús es Jesús de Nazaret, el Nazareno (Mc 10, 47; Mt 21, 9-11; Jn 19, 7). En la cruz, aparece con el título de Jesús Nazareno, rey de los judíos (Jn 19, 19).
Jesús se abrió a la vida y al mundo desde este ángulo muy peculiar de Nazaret, en un contexto provinciano, campesino, aldeano, no urbano ni de Jerusalén, sino de la periferia. Fue tomando conciencia de su entorno social como un artesano, no como terrateniente ni como miembro de la clase sacerdotal. Fue iniciado en la fe de sus padres, aprendió la piedad sencilla de los anawin, y desde allí descubrió al Padre, a su Padre (Lc 2, 49) (p. 12).
Pero Nazaret no es solo un lugar geográfico, sino teológico, un estilo de vida. La presencia de Jesús allí no es casual, responde a su opción de una encarnación pobre (kenótica). La Palabra se hizo carne nazarena (hoy diríamos: se encarnó entre los pobres, los excluidos, los insignificantes): la Palabra habló en dialecto galileo.
Todo esto significa que, si queremos hallar a Jesús, hemos de ir a Nazaret; si la Iglesia quiere ser fiel a Jesús, habrá de ir a Nazaret; ha de ser una Iglesia nazarena, no davídica. Puesto que el mundo de los pobres, entre los que él se encarnó, tiene una especial densidad humana y teológica para comprender la Palabra de Dios, la misma teología ha de ser nazarena. Nazaret constituye un lugar teológico y hermenéutico privilegiado para comprender la historia de la salvación.
¿Conocen y entienden los insignificantes las enseñanzas del Magisterio? ¿O parecen estar más dirigidas a los sabios y letrados de la Iglesia que a los sencillos? ¿Escucha la teología a los insignificantes sabiendo que son un lugar de revelación privilegiado, o prefiere escuchar lo que escriben los sabios y doctores, muchas veces muy alejados de la gente sencilla? “La fe de los insignificantes no elimina la exigencia de una teología académica y científica, pero esta se ha de alimentar de la fe del pueblo y debe beber de su propio pozo” (cfr. p. 56).
En el nº 2.750 de Vida Nueva.