EDITORIAL VIDA NUEVA | Los comicios electorales del pasado 22-M han mostrado, una vez más, un principio democrático que en cada momento se manifiesta de forma diferente. Es el pueblo el que habla y, en una democracia, la soberanía está en el pueblo.
En este caso una gran mayoría de españoles ha optado por un cambio en sus responsables municipales y autonómicos y ha enviado un recado importante a los responsables del Gobierno de la nación en graves momentos de crisis, como es la que estamos atravesando. No hay quien niegue que la protagonista principal de estas elecciones ha sido la crisis económica que sigue arrasando.
A la vista de los resultados, tres consideraciones que no se deben perder de vista.
En primer lugar el malestar que la crisis está provocando y cómo ese malestar se ha buscado en un deseo de regeneración política y de cambio. No confía el pueblo que quienes nos gobiernan, con una confianza de hace tres años y medio, sean capaces de gestionarla positivamente ahora. Hay cierta desconfianza que se ha traducido en un elevado número de votos en blanco que, junto a los nulos, casi alcanzan el millón.
El pueblo tiene derecho, al margen de lo que es el mundo de las ideologías, a buscar, en momentos delicados, buenos gestores de la crisis. Es la política del posibilismo que se está apoderando del mapa europeo y que tendrá aún su recorrido. El pueblo necesita a quienes les solucionen sus problemas, no a quienes les canten sus ideologías. El triunfo del Partido Popular en estos comicios tiene algo de este criterio práctico.
En segundo lugar conviene recordar, junto a la felicitación a quienes han resultado elegidos, que ellos representan la expresión de una ilusión que no deben dilapidar con corrupciones y políticas ventajistas, cerradas y sectarias. El capital de confianza que los nuevos responsables han recibido no pueden ni deben dilapidarlo, sino que han de tomarlo como una invitación al trabajo serio, constante y honesto.
Algo de eso está en la pulpa del movimiento del 15-M, que ha hecho cambiar el ritmo de la campaña electoral. Los jóvenes allí reunidos, independientemente de otros muchos factores que merecen análisis aparte, han pedido a gritos una regeneración política. Los elegidos ahora han de ayudar a esa regeneración, alejada de la corrupción y el clientelismo político que han hecho de la política una profesión más que un servicio.
Y en tercer lugar, los mensajes que se envian desde estos resultados son importantes y no se pueden menospreciar. Y un mensaje importante es el de la posibilidad de un adelanto de las elecciones generales que ya se ha empezado a escuchar en ámbitos ciudadanos y políticos. Sobre la mesa de los análisis esta opción no puede ser descartada si es que sirve para devolver la ilusión a quienes han empezado a perderla y si es que sirve para algo que tampoco resulta totalmente fuera de lugar, como es la formación de un Gobierno de coalición, previo a las elecciones generales de marzo, que saque al país de las actuales circunstancias.
Queda pendiente aún la valoración política de las concentraciones con epicentro el Sol, el masivo voto en blanco y la emergencia de Bildu en el panorama vasco. Urge una lectura sin pasión.
En el nº 2.755 de Vida Nueva.
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