JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ, SDB
“En Madrid, como en Londres y otras capitales, los colectivos de librepensadores y ateos se las prometen muy felices convencidos de poder hacer saltar por los aires –dicen– el opresor sistema religioso que el cristianismo ha impuesto a las sociedades modernas”.
Quinientas personas en la manifestación atea de hace unos días en Madrid. Demasiado ruido y muy pocas nueces. En Madrid, como en Londres y otras capitales, los colectivos de librepensadores y ateos se las prometen muy felices convencidos de poder hacer saltar por los aires –dicen– el opresor sistema religioso que el cristianismo ha impuesto a las sociedades modernas.
Sin embargo, no hay nada más caduco que seguir empecinados en soflamas libertarias y come-curas a la vieja usanza. La tardo-modernidad que vive Occidente experimenta la religión como un retorno. No se trata solo de una constatación “sociológica”, sino de la reapertura de una cicatriz que la modernidad creía haber cerrado definitivamente con la sutura del ideal iluminista: la razón “adecuada” a la verdad objetiva.
El cansancio de la modernidad, la desmitificación del progreso, la rebelión contra la “organización total” de la sociedad impulsada por la racionalización del trabajo y el triunfo de la tecnología han traído la disolución de las teorías filosóficas que pensaban haber liquidado la religión (el cientifismo positivista, el historicismo hegeliano y, después, marxista).
Yo también creo que hoy “no hay razones filosóficamente fuertes o plausibles para ser ateo o en cualquier caso para rechazar la religión” (G. Vattimo). Estos ateos impenitentes que gritan proclamas anticlericales por las calles de nuestras ciudades no son más que residuos de una modernidad violenta definitivamente sobrepasada.
Son frikis en la jungla de las sociedades complejas que en nombre de un pensamiento absolutista siguen empeñados en negar la experiencia religiosa en una cultura plural y libre en la que los hombres y mujeres de nuestro tiempo continúan, aunque a algunos no les guste, a la escucha de lo religioso.
En el nº 2.755 de Vida Nueva.