EDITORIAL VIDA NUEVA | Con la fiesta de Pentecostés (domingo 12 de junio), la Iglesia celebra la Jornada del Apostolado Seglar, y con ella, una ocasión más para profundizar en la vocación laical. Cuando avanzamos hacia el medio siglo del Vaticano II, hemos entrado en un período eclesial en el que no faltan quienes aún lo cuestionan y quienes, apoyados desde instancias más superiores, lo reinterpretan.
Pese a todo, aún sigue vivo el espíritu de la Lumen Gentium y de la Apostolicam Actuositatem, con su lenguaje positivo, alejado de condenas y visiones catastrofistas. Hoy, pasados los años, el panorama del laicado, al menos en España, presenta estas tres realidades preocupantes.
Por un lado, no deja de tener fuerza un clericalismo excesivo en las estructuras eclesiales, que deja la vida laical al vaivén del clérigo de turno, quien, en muchas ocasiones, hace caso omiso a su vocación específica para rebajarlo a un mero papel de acólito de programas ya diseñados. En este sentido, resulta cada vez más alarmante la falta de mujeres en puestos de responsabilidad en órganos eclesiales. La lucha contra el anticlericalsimo se ha entendido mal y ha reforzado en muchas ocasiones el poder de los clérigos. En este sentido, aún queda mucho camino por recorrer en este ámbito.
Otro aspecto de este panorama lo presentan quienes quieren reducir el apostolado seglar solo y exclusivamente a quienes militan en las nuevas realidades eclesiales, dando patente del laicado solo y exclusivamente a los nuevos movimientos, que, aun debiendo tener su papel propio, no pueden ser erigidos en laicos oficiales. La falta de un movimiento laical más general, como es el caso de la Acción Católica, ha hecho que en muchas diócesis las tareas propias de los laicos sean encargadas de forma exclusiva y excluyente a los nuevos movimientos más afines al pastor diocesano, en detrimento del numeroso grupo laical, situado en tierra de nadie, que vive en la Iglesia local.
Por último, quedan en muchos lugares aquellos laicos que no pertenecen a movimiento alguno y que continúan trabajando no solo en sus comunidades parroquiales o diocesanas, sino que, además, viven su vocación laical en la vida política, económica, cultural , familiar y social. Ellos necesitan el aliento de sus pastores, la formación adecuada y la misión que los capacite para actuar eclesialmente. Es un reto que los obispos no pueden ni deben desdeñar por comodidad o miedo. A la labor de la corresponsabilidad laical se han de dedicar con empeño y trabajo.
Los obispos de la Comisión de Apostolado Seglar han mostrado un panorama excesivamente desolador, situando la labor laical en el ámbito de la urgencia de la Nueva Evangelización. Este es el panorama presentado: hay muchos bautizados que permanecen cerrados a la trascendencia y olvidan su servicio al prójimo; aumentan los que se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios; ofrecen culto a los ídolos del dinero, del placer y del poder; no se preguntan por el sentido de la existencia y son presa fácil del relativismo; prefieren vivir en la autosuficiencia y en un estéril individualismo religioso. Una mirada más amorosa, quizás sería más evangelizadora.
En el nº 2.757 de Vida Nueva (del 11 al 17 de junio de 2011).
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