JOSÉ LORENZO, redactor jefe de Vida Nueva | Difícilmente se pueden encontrar causas objetivas que sustenten el malestar de quienes se oponen a la visita del Papa y se incomodan por la presencia de peregrinos de todo el mundo por las calles de la capital. Analizando pros y contras, el saldo, visto lo visto, es claramente a favor.
Madrid es una fiesta llena de alegría y vitalidad, con centenares de miles de jóvenes pululando por sus calles. Es verdad que la algarabía sube en decibelios y hace más largas las calurosas noches de este agosto. Pero el entusiasmo juvenil acaba contagiando; su candor, encandilando; y su amabilidad, descrispando tanto rostro mohíno.
Las calles, plazas o establecimientos donde se sirve la llamada “comida del peregrino” resucitan del sopor en que estaba sumido un Madrid a medio gas con los interminables cánticos en lenguas pocas veces escuchadas por estos pagos. Jóvenes que empujan sillas de ruedas que llevan a otros jóvenes; religiosas, religiosos y sacerdotes que apenas pueden disimular la fatiga de las muchas horas de caminata de un lado a otro de la ciudad acompañando al entusiasmo juvenil que parece inagotable…
Es una fiesta entre hermanos que vienen a encontrarse en el nombre del Padre, que se juntan y celebran con el bullicio de quienes llevan mucho tiempo esperándose, que festejan con el mismo sentimiento de saberse miembros de una misma familia, que se saben hermanos, aun cuando nunca se habían visto antes.
Hay algunos que son hijos de papá, es verdad, pero también los hay criados a los pechos de la injusticia, la guerra y la persecución, y todos se reconocen como iguales.
No hay altercados de ningún tipo ni protestas por las aglomeraciones que sufren en las líneas de metro. Esquivan las incomodidades con cánticos que parecen tener la virtud de convocar a la sonrisa. ¡Qué distintos estos jóvenes de los que han tenido estos últimos días en jaque a una gran ciudad como Londres! A estos se les notan los valores que el premier británico han echado tan en falta en parte de sus compatriotas.
Es esta una juventud envidiable. Hay que cuidarla. Es una tarea que compete a los gobiernos de las más de 190 naciones de las que han llegado. No pueden desperdiciar tanto caudal de esperanza. Y también a la Iglesia. Convendría tener a estos chicos y chicas más en cuenta. No son flor de una semana.
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